Wednesday, October 18, 2017

Viaje de Diego de Rosales al Epulabquen (Neuquen) (1650)

DIEGO DE ROSALES

"Aunque el gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera, con celo cristiano y desinteresado, había enviado dos ordenes al cabo y gobernador de Boroa para que no consintiese que se hiciesen malocas ni guerra alguna a los puelche que habitan de la otra banda de la cordillera nevada, por haberle informado de la poca o ninguna justificación con que de nuestra parte se hacía esta guerra, por haber dado esos indios la paz cuando todos los demás en tienpo del gobernador don Martín de Mujica, y no habérseles hecho causa ni probando haber quebrantado la paz ni hecho hostilidad ninguna, con todo eso el cacique Millacuga, pegüenche, o por no haber llegado a su noticia las órdenes de el gobernador, por vivir entre las dos cordilleras, o por la antigua enemiga que tienen estos indios con los de la otra banda, juntó una cuadrilla de indios de su mando y fue a moloquear a las tierras de el cacique Chaclaye y le mató y cautivó diez piezas. La causa de la antigua enemistad se originó de que ahora viente años un indio de la otra banda prometió a los de esta un remedio para consumir a todos los españoles sin guerrear con ellos ni derramar sangre, como se lo pagasen muy bien; y con el deseo de verlos fueras de sus tierras o acabados, le dieron muy buenas pagas de antemano, y él les trajo una olla de ratones, diciéndoles que los echasen en las tierras de los españoles y que se multiplicarían y serían una peste que les destruyese sus sembrados, y luego darían tras los españoles y matarían, entrándoseles por las narices y por las orejas. Echaron los ratones y no hicieron efecto ninguno, antes los españoles se hallaron más boyantes y les hicieron más cruda guerra. Sentidos de verse engañados de el puelche embustero y corrido de haber sido tan fáciles en creerle y dar su hacienda, fueron a cobrarla; y como él no tuviese ya tras que caer muerto, maloquearon a sus parientes, según su usanza, que lo que uno no paga lo cobran de sus parientes, y de aquí se fue encendiendo la guerra de unos con otros, maloqueándose y procurando desquitarse de el mal que habían recibido, y aunque dieron la paz todos al español, quedó entre ellos por apagar este fuego.

Esta fue la causa de las primeras malocas que Tinaqueupu hizo de los puelches en tiempo de el capitán Juan de Roa, a quien por vengar sus pasiones y por ayudarse de los españoles para hacer guerra a sus contrarios, le dijeron que habían venido mil puelches a ayudar a coger las mil vacas que iban a Valdivia, lo cual se probó haber sido falso, y que por sus enemistades antiguas los habían maloqueado, no porque se hubiesen faltado a la paz prometida, y lo mismo hizo ahora el cacique Millacuga, maloqueando y quitando la vida al cacique Chaclaye que había enviado mensajes de paz. Sin esta hizo otra maloca el capitán don Luis Ponce de León a los puelches contra las dos ordenes referidos de el gobernador, porque habiendo determinado el hacer una entrada a las tierras del cacique Guircañanco, que aún no había enviado mensaje de paz y era de los rebeldes, y marchando hacia sus tierras torció el camino hacia la cordillera, o porque en lo de Guicañanco había de haber muchas lanzadas o por que en los puelche tenía más segura presa, y encontrando en el camino de la cordillera al cacique Malopara y a otro cacique de igual estimación que venían a dar la paz a al cabo gobernador y pedirle que los dejasen vivir con descanso en sus tierras, que ellos ni eran gente de guerra ni jamás se la habían hecho a los españoles, les obligó a que de el medio de el camino se volviesen y que lo guiasen a donde pudiese coger piezas. Y quisieron que no quisieron, hubieron de volver y guiarle a las tierras de unos pobres serranos, donde cogió treinta piezas, sin las que se ocultaron, y vino con ellas a Boroa, siendo bien recibidas de su cabo don Juan de Salazar, que en la justificación de su esclavitud escrupulizó tan poco como don Luis Ponce: que como soldados no miran más al interés, y de lo demás les da poco cuidado y menos escrúpulo.

Viendo este desorden y la poca justificación de estas malocas, avisé al gobernador Antonio de Acuña y Cabrera de estas dos que se habían hecho contra dos órdenes suyas y contra toda razón, suplicándole que se sirviese de hacer justicia y mandar volver aquellas piezas a sus tierras, y que si me daba licencia, yo iría a llevarlas y a ponerle de paz todas las tierras de los puelches, porque estaba cierto que no querían guerra ni jamás habían sido enemigos nuestros, por haber comunicado a muchos de ellos y haberse favorecido de mi para que los dejasen vivir con descanso en sus tierras. Recibida esta carta, respondió el gobernador mostrando un cristiano celo y el sentimiento que había recibido de que se les hubiesen hecho esas dos malocas a los puelches, así por haberse contravenido a sus ordenes como por estar tan informado de la voluntad de esos indios, de su rendimiento al rey nuestro señor y de la poca justificación con que se les había abierto y hecho la guerra de nuestra parte, habiendo dado la paz con los demás y no faltado a las capitulaciones de ella; y agradeciendo mi oferta, la estimó con grandes encarecimientos y me suplicó o mandó que hiciese un servicio tan grande como ese a su majestad y un bien tan señalado a aquellas almas de ir a poner de paz y asegurar a aquellos indios, que no se les haría ya más la guerra ni entraría español ni amigo a maloquear sus tierras, y que llevase todas las piezas que se habían cogido en aquellas dos malocas tan mal hechas y tan contra sus ordenes y se las volviese a sus caciques, y que para esto pidiese al cabo y gobernador de Boroa toda la gente que me pareciese necesaria y el avío, malotage y todo lo demás que juzgase ser conveniente; que para todo le enviaba órdenes muy apretados y para luego me entregase todas las piezas que tenía e hiciese entregar las que cualesquiera otros hubiesen, so pena de la vida, y las que en otra maloca había cogido el capitán don Luis Ponce. Obró en esto su señoría con gran cristianidad, desinterés y celo de la justicia y con el consejo de todos los maestro de campo, capitanes y personas doctas de la Concepción, a quienes consultó en una grave junta, y todos fueron de parecer que así se ejecutase, atendiendo al servicio de Dios y de el rey, a la justificación de la causa y a la inocencia de estos indios.

Luego que recibió el orden de el gobernador don Antonio de Acuña, su cuñado, el capitán don Juan Salazar, me entregó las piezas que tenía esclavas y me dio toda la ayuda que pedí, que fueron solamente dos soldados, que no quise llevar más, y el capitán don Luis Ponce de León, que era el que más los había maloqueado y hecho cruda guerra, para que se hiciese amigo con ellos y echasen de ver que ya no le había de maloquear más ni hacerles guerra. Y para que se me entregasen las demás piezas y que en todas partes se me diese ayuda y favor necesario, dio el orden siguiente el dicho cabo y gobernador de Boroa don Juan de Salazar, por escrito: "Por haber tenido orden de el señor gobernador y capitán general de este reino para entregar al padre Diego de Rosales, de la compañía de Jesús, superior de las misiones de este gobierno de Boroa, todas las piezas que cogió el capitán don Luis Ponce de León en dos malocas que hizo por el mes de noviembre de mil y seiscientos y cincuenta y las que estaban aquí detenidas, que se cogieron en una maloca que hizo el cacique Millacuga, para que su paternidad las lleve y restituya a sus caciques y tierras naturales, procurando con medios suaves la pacificación y quietud de los indios de la otra banda de la cordillera, por esta se las entrego todas las que al presente se han podido recoger, quedando a mi cargo el juntar las demás para el mismo efecto. Y ordeno y mando a todos los ministros de guerra, caciques y cualquiera otras personas, le den a dicho padre todo favor y ayuda necesaria, sin poner ningún impedimento ni estorbo, por convenir al servicio de ambas majestades la ejecución de estos intentos. Item: ordeno y mando que si algún soldado o cacique amigo hubiere hecho alguna maloca de la otra banda de la cordillera y hubiere cogido piezas, se les entregue a dicho padre Diego de Rosales para que las restituya a sus caciques y tierras naturales, sin que en esto haya contradicción ninguna. Y por cuanto el intento de su señoría es que se satisfagan las partes ofendidas y se quieten los ánimos perturbados de esos indios de la otra banda de la cordillera, encargo a vuestra paternidad que en la parte que se le pareciere más conveniente, haga llamamiento de todos los caciques, y que en parlamento público les entregue las piezas, dándole a entender el sentimiento que su señoría ha tenido de que les hayan maloqueado cuando deseaba que todos se pacificasen por suaves medios y el gusto que tendrá de que se sujeten todos a la corona de su majestad y a la ley de el santo evangelio. olvidando los agravios de una y otra parte. Y así mismo les encargará vuestra paternidad a todos los caciques que vivan en paz, sin maloquearse unos a otros y para esto será importante que v. paternidad tome la mano y haga todo lo posible para que queden muy amigos unos con otros, olvidando los agravios y causas de enemistad que de una y otra parte ha habido - Fecha en este fuerte de Boroa en nueve de diciembre de mil seiscientos cincuenta años - Don Juan de Salazar Solis y Enriquez."

Con esto saque de prisión a cuarenta y cuatro esclavos, hombres y mujeres, y despaché por delante un indio de buen corazón que fuese a avisar a toda la tierra de la otra banda de la cordillera cómo ya estaban libres todos sus compañeros y el gobernador había sentido en extremo las malocas que se les habían hecho y mandado que todas las piezas se volviesen a sus tierras, y cómo yo partía con ellas para entregárselas a los caciques y a asentar con ellos una paz perpetua como la deseaban, y que se juntase toda la tierra para cuando llegase. Voló el indio como pájaro que se ve libre de la prisión de una jaula, y cuando llegó con el mensaje apenas creían una cosa jamás vista, que los españoles y los indios amigos les volviesen las piezas maloqueadas. Salí con ellas y envié a pedir al veedor general Francisco de la Fuente Villalobos, que estaba en Pelecaguen esperando que se juntasen los caciques amigos de Osorno para asentar con ellos las paces, que me enviase a un cacique amigo llamado Catinaguel que tenía en su compañía y corría voz de que era sospechoso y se recelaban de él, que había de hacer mal tercio en las paces; que le quería yo llevar conmigo, por ser los puelche sujetos a su mandado y que me podía ayudar mucho, y quitarle de la sospecha que allá tenían de él; y de verdad el indio era muy amigo de que hubiese paces, y sentía mal de las malocas, y llevaba peor las que hacían injustas, y los que eran amigos de piezas y malocas sentían mal de él, porque las contradecía, y viose su buen celo en esta ocasión, porque vino a mi llamado y me acompañó y ayudó grandemente a componer las paces con su autoridad, razones y elocuencia en los parlamentos. Y luego que llegó a Boroa y le dije para que le había llamado, se holgó mucho de que le llamase para ir a asentar paces entre indios a donde alcanzaba su jurisdicción, y envió por todo el camino mensajes a sus vasallos diciéndoles como yo iba a llevar aquellas piezas, que me saliesen al camino al camino con camariscos de comida, caballos y lo que hubiese menester para mi y para los indios que llevaba.

Causaba admiración a los indios amigos el ver volver tantas piezas a sus tierras: era cosa que nunca habían visto en tantos años como habían guerreado con los españoles; y causábales grandes edificación el ver que los padres los defendiésemos y quitásemos a los españoles las piezas que ya tenían suyas, y conociendo que eran de paz, se les quitaba el escándalo que les había causado el verlos maloquear por pobres retirados y serranos, y por el camino me dieron los indios algunas piezas que tenían de estas malocas para que las volviesen, viendo que los españoles habían dado las suyas. Y porque el cacique Buchamalab, de Boroa, rehusaba darme una que tenía por decir que la había comprado y gastado su hacienda, le pagué lo que le había costado por no dejarla y porque él no quedase descontento. Cuando pasé a la otra banda de la cordillera y llegué al Epulabquen, se levantó de la cama el cacique Antulien, que estaba muy malo, y salió con toda su gente a recibirme y a agradecerme el bien que les iba a hacer en llevarles los cautivos y ponerlos de paz. Puse una cruz en sus tierras, que adoraron todos de rodillas; predíqueles los misterios de nuestra santa fe, que creyeron, pidiendo el bautismo, y porque ya se iban juntando todos los caciques y gran número de gente, pasé adelante y solo bauticé allí algunos niños y al cacique que por estar muy peligroso.

Juntáronse al parlamento en las tierras de Piutullanca gran número de puelches embijados, pintadas las caras y cuerpos de diferentes colores, cubiertos de pellones de guanacos, y las mujeres también pintadas y con el mismo traje, y a la novedad de volver a ver a las piezas cautivas, y a un sacerdote, que en su vida habían visto ninguno, y decían que venían a ver a un "Perimonto", a un "Guecubu", que significaba entre ellos una cosa rara y nunca vista. Cuando vieron las piezas, levantaron una grande algazara de contento y alegría, llorando de gusto unos con otros por volverse a ver cuando no lo esperaban. Juntos ya todos los caciques, enarbolé una cruz, que todos adoraron, y habiéndoles hecho un sermón y explicado los misterios de nuestra santa fe, y como el Rey y nuestro señor lo que pretendía de ellos, y para lo que deseaba su quietud y que estuviesen de paz era para que oyesen la palabra divina y que fuesen cristianos, respondieron que lo querían ser. Dígoles cómo el gobernador les enviaba estas piezas por haberle maloqueado contra su orden y contra su voluntad, porque había sabido como habían dado la paz y de su parte no la habían quebrantado más, que viviesen seguros y con gusto y olvidasen los agravios pasados, sin hacerse malocas unos a otros; y que estuviesen dispuestos a que si los españoles quisiesen poblar en sus tierras, a recibirlos como vasallos de el rey y a ayudar a trabajar en las poblaciones. Y en esto y en todo lo demás que les propuse vinieron con grande voluntad diciendo que ellos nunca habían sido enemigos de los españoles ni le querían ser, y que estaban obedientes para cuanto les mandasen, y deseosos de tener algún sacerdote en su tierra que los doctrinase y bautizase.

Hízoles luego Catinaguel un elocuente razonamiento, exortándolos a la paz, a recibir el evangelio, a ser fieles a Dios y al rey y a vivir en paz unos con otros, a que respondió el cacique Malopara, el más noble y estimado entre ellos. Es indio de grande estatura, bien dispuesto; venía vestido con pellón de tigre muy pintado, con su arco y flecha en la mano, su carcaj al hombro, en la cabeza un tocado de una red y un rollete de hilos de varios colores, y entre la red y el rollete entretejidas muchas flechas con puntas de pedernal blanco y plumas de colores en el otro extremo. Púsose en medio con su flecha en la mano y habló en dos lenguas haciendo su parlamento, primero en la legua de Chile, respondiéndome a mi y al cacique Catinaguel, y luego en lengua puelche, para que entendiesen lo que nosotros y él habíamos dicho los que no sabían la lengua de Chile sino la puelche, que es en todo diferente. "Desdicha nuestra ha sido haber nacido puelche, el ser una gente que vive vida común con las bestias y tiene semejanza con las fieras. Aquí hemos nacido y aquí nos hemos criado, y como no sabemos de otro mundo, este nos parece el mejor y en este estamos hallados. Vivimos vida común con las bestias por no haber conocido a Dios ni haber tenido quien nos de noticias de él hasta ahora, y porque no aspiramos más que a vivir ni tenemos otro modo de sustentar la vida que las bestias, porque nuestras tierras, por ser tan cálidas que el sol con ardientes rayos las abrasa, no dan frutos ninguno en los árboles, ni producen semillas, que avarientas se guardan, o estériles las consumen. Y así nos vemos obligados a sustentar la vida paciendo yerbas u osando raíces, y cuando este sustento nos falta, no hacemos de la banda de las fieras, y vestidos de su naturaleza y de sus pieles de tigre con el arco y la flecha, nos sustentamos cazando animales, y a costa de su sangre y de su sustancia sustentamos la vida y alimentamos nuestra sustancia, imitando a las fieras, al león y al tigre, que como fieras más poderosas se sustentan a costa de la sangre del humilde cordero y de el animal más tímido. No se han levantado jamás nuestros pensamientos a más que los de una bestia y de una fiera, que es de sustentar la vida; no hemos apetecido reinos, tierras, ni señoríos; no hacienda, oro, plata, galas ni arreos: que la vida humana se contenta con poco cuando no es mal contenta ni ambiciosa, y así nunca hemos hecho guerra, ni pretendido amplificar nuestro señorío, ni aumentar nuestras haciendas. Las que tenemos las llevamos siempre con nosotros; nuestra habitación es el campo, nuestra vivienda una casas de pellejos o unas cuevas.

Solo en la razón nos mejoró la naturaleza a las bestias y a las fieras, y esa nos ha contenido para no tener enemistades con nadie. Cuando los españoles poblaron antiguamente Chile, aquí nos dejaron, despreciándonos por pobres y motejándonos de inútiles. Con los de Chile tuvieron sus tratos y sus comercios, y esos, ingratos a sus beneficios, se volvieron contra ellos y los hicieron guerra, quitándoles las vidas, las haciendas y las mujeres y engendrando hijos en las españolas, levantando de punto su natural con el multiplico de los hijos blancos y mestizos de dos sangres, mixtas de indio y español. En ese tiempo nosotros nos conservamos en nuestro humilde ejercicio; miramos los toros desde afuera, no tomamos las armas contra los españoles, ni se nos alzaron los pensamientos a hacerles guerra, así por no ser de nuestro natural el hacerla, como porque los mirábamos con respeto, como viracocha o hijos de el sol. Y todo el tiempo que los de por allá han estado haciendo guerra a los españoles, nos hemos estado nosotros acá de esta banda de la cordillera en nuestras ocupaciones. No quiero mas prueba de esto, sino que tendais la vista por toda la gente que ha concurrido a este parlamento, que es la mayor fiesta que jamás han tenido, para el más solemne concurso, para el día de el mayor regocijo, han traído todas sus joyas, todos sus arreos y todas sus galas. Ved si hay algún despojo de españoles, mirad si entre tantos soldados ha algunas armas de acero, alguna cota, alguna espada, alguna lanza o arma de español alguno; arcos y flechas vereis no mas para pelear con las fieras. Aquí están todas las mujeres, mirad si hay alguna española; aquí han venido todos nuestros hijos, ved si alguno tiene mezcla de otra sangre; y pues aquí no hay despojos, armas ni mujeres, ni sangre de españoles, buena prueba es de que jamás les hemos hecho guerra, que no hemos tenido codicia de su hacienda ni derramado su sangre.

Cuando los de Boroa, la Imperial, Tolten y Osorno dieron la paz al marquez, concurrieron nuestros caciques, no tanto a darla, porque no la habíamos quitado, sino a dar reconocimiento al rey. como sus vasallos. Por inútiles nos dejaron y por pobres no hicieron caso de nosotros. Pero los indios de la otra banda, como hicieron paces con los españoles y no hallaban modo como cebar su codicia en ellos y hartar su hambre en sus carnes, se volvieron contra nosotros, y como fieras más poderosas se sustentaron de nuestras carnes y se alimentaron de nuestra sangre, haciendo presa en nuestros ganados, y cuando los hubieron consumido todos, viéndonos humildes corderos temerosa caza, dieron en cazar nuestros hijos y mujeres para vendérselos por esclavos a los españoles, y llamándolos en su ayuda al cebo de la segura presa, nos iban consumiendo y acabando; y acabaran sin duda con nosotros si el gobernador no se hubiese dolido de nosotros, y el padre que ha sido padre y nuestro redentor no hubiese venido a apadrinarnos y a redimirnos de tantas vejaciones, a sacarnos de las gargantas de los lobos y librarnos de las rapantes uñas de los tigres y fieros leones. Ya desde hoy viviremos seguros y contentos, pues conocemos a Dios y tenemos quien nos ampare y defienda. De paz hemos sido siempre y de paz somos; y aunque no tenemos toquis ni instrumentos de guerra, por no faltar a la ceremonia quebraré estas flechas para que se entierren al pie de la cruz".

Y así lo hizo; y el cacique Guinulbiela, en lugar de oveja de la tierra, que ni una tienen ni de las de Castilla, mató una vaca, que sola le había quedado y era la única en toda la tierra, e hicieron sus acostumbradas ceremonias en las paces.

Acabadas, me pidieron que les enseñase los misterios de nuestra santa fe, y en las tierras del cacique Cheine, donde estuve algunos días, oyeron el catecismo con grande gusto y bauticé algunos niños. Temían mucho los caciques a los indios peguenches, que eran sus mortales enemigos, y rogáronme que ya que les había asegurado que los españoles no le maloquearían más, que hiciese las amistades con los peguenches de Millacuga, Guiliguru y Legipilun y los dejase confederados; y por dales gusto y atajar la guerra caminé cincuenta leguas atravesando cordilleras, y fui haciendo parlamentos por las tierras de Guiliguru, Millacuga, Pocon, hasta los peguenches de las salinas, que están junto al cerro nevado que está camino a Mendoza; encargándoles a todos la paz e intimándoles el orden de el gobernador que no se moloquease más a los puelches, ni unos entre otros tuviesen guerras, y todos prometieron de hacerlo y agradecieron que hubiese metido mano para pacificarlos y hécholes tanto bien de darles a conocer a Dios y de ponerles en sus tierras.

Volví a tiempo que ya llegaba el gobernador don Antonio de Acuña y Cabrera a Boroa para establecer las paces con los de Osorno, Ranco, Cunco y Calla-Calla, y cuando corría voz que me habían muerto los puelches a mi y a los tres españoles que llevé en mi compañía, entré en Boroa con cuarenta caciques que había dejado en paz, cuyos nombres dejaré por no causar molestia, contentándome con poner los de los más principales, que fueron: Piutullanca, Malopara, Guinulbilu, Cheine, Painecalquin, Aguayama, Maripobtun y los demás. Fuimos recibidos con mucho gusto de el gobernado y con grande aplauso de ver en su tiempo reducidos tantos vasallos a la obediencia de su majestad; y fuese acrecentando el gusto porque llegó también al mismo tiempo el veedor general Francisco de la Fuente Villalobos, que había ido a Pelecaguin, como dijimos, a pacificar los indios. Y porque se viese que la acción era suya, el gobernador de Valdivia don Diego Gonzales Montero envió al padre Juan Moscoso, de la compañía de Jesús, superior de la misión de Valdivia, de gran celo de la conversión de los indios, y muy acepto entre ellos, a los llanos de Osorno y Valdivia, a que hablase a los caciques y les digase que viniesen a Boroa a asentar de una vez las paces en presencia del gobernador y capitan general, y con el capitán Baltazar Quijada los trajo a este mismo tiempo a Boroa, donde se hizo el parlamento de las paces, de que dirá el capítulo siguiente"

(Fuente: Historia general de el reino de Chile Flandes Indiano, parte III, libro X, capítulo IV)

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Publicado por Taiñ Füchakecheyem en VESTIGIOS TEHUELCHES, página de Facebook


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