Wednesday, February 15, 2017

Tigres de papel

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Además de ser una frase hecha maoísta es, por el mismo motivo, el título de una novela de Olivier Rolin (2002) que trata de a dónde fueron a parar los pujos revolucionarios sesentayochistas y similares; pregunta vana, porque la respuesta se supo enseguida y se recuerda a fecha fija, a golpe de calendario.  Es casi un lugar común, un motivo de retorno a un pasado que unas veces se pinta dorado y otras con el color hiriente del espejismo, la decepción y el hastío. Tigres que en esta ópera de cuento chino acaban la función fungiendo de mandarines.

Hasta Ortega habló de tigres, post noventayochistas los suyos, que en el peluche de los asientos de los cafés afilaban sus garras y se iban a comer el mundo viejo que no acababa de morir o que con su rabiosa insatisfacción iban a agitar las aguas de la ciénaga nacional… ay, qué imagen más desafortunada. Con el tiempo a los tigres se les caen los piños y para qué hablar de las garras y de los cafés, redes sociales hoy y su tumulto.

No hay generación que no pueda tener su apuntación fiscal, su ajuste de cuentas entre lo pretendido y lo realizado. Aquí, en España, fue Rafael Chirbes quien se aplicó a ese derribo necesario de farsantes, pero me temo que se podría escribir una novela generacional de esas todos los años. Abundan los vientres sentados que exorcizó CernudaNo hay gas/ No hay plomo/ Que tanto levante que tanto lastre proporcione/ Como vuestra seguridad deletérea/ Esa seguridad de sentir vuestro saco/ Bien resguardado por vuestro trasero. El tigre español, neocon y neolib y neohedonista y neoloquehagafalta y sobre todo rastacuero de alma, no es muy diferente del desencantado y hastiado francés que ve con sesuda preocupación cómo arden las periferias y no sus urbanizaciones de lujo ni sus coches de alta gama, a buen recaudo siempre.  Temible expresión esta, la alta gama, la que está en boca de los que la poseen y disfrutan, y en boca de los que no la poseerán nunca y con ello se refieren a eso tan feo y rancio de «los ricos», que no hay que decir porque te hace pobre de inmediato. Tigres que empezaron conspirando en conventos de monjas y acabaron saliendo de La Fenice, silboteando La Traviata y del bracete de delincuentes económicos, que era realmente lo suyo. Tigres que se escribían La bandera roja o La estrella roja, o lo que fueran, pero enteras, y acabaron de pesebristas del gobierno de la derecha, de todas las derechas… hasta que la muerte los separe. Tigres.

La tentación de escribir sobre esos tigres de papel o de café o de banca y trampa, es muy fuerte, solo que aquí no pasamos de abuelos Cebolleta que cuentan batallitas de la clandestinidad del franquismo crepuscular o del pre postfranquismo, que se las saben todas y encima dan lecciones que nadie les pide. Eso es lo malo, la lección, el sermón, la voz de la experiencia: todo es utopía y solo eso, salvo la propia cuenta corriente. Las hojas de servicio de esta tropa resultan ridículas para quienes de verdad padecieron la dureza de la dictadura. Voces neoconservadoras las de esta gente a salvo de las dramáticas contingencias sociales que padecen otros, muchos, demasiados, regresados a la invisibilidad. Ahora todo es exceso, demagogia, populismo, bolivarismo, pujos totalitaristas… La verdadera vida de la calle va por otro lado. Hasta cuando están desiertas, el viento que sopla en ellas alienta o debería alentar palabras distintas a las suyas, auténticas rebeldías contra una penosa situación de carencias concretas, de presente y de futuro.

Hace cuatro años, las calles ardían o iban a arder, ya no me acuerdo bien, la verdad. Lo que sí está claro es que ahora mismo las calles no arden y motivos sobran para que lo hagan. De la indignación y la ira social montada sobre una realidad dura e inestable, hemos pasado a la trampa de la maleza, a la fiesta de la confusión y del desgaste, y sobre todo a la firmeza del régimen que no hace agua por ningún lado (digan lo que digan los más optimistas), porque cuenta con sólidos apoyos sociales y no solo en sus filas. La que hace agua es la oposición. Los sesudos padres de la patria, como los sabios que aconsejan desde la trastienda, piden sosiego y calma, que es lo suyo, articulan discursos de cambio tranquilo, que en el fondo es un más de lo mismo edulcorado, y los demás ejercitamos el lápiz de nuestro ingenio en el sacapuntas de las sandeces de quienes nos gobiernan. ¿Desencantados? No sé, que cada cual hable por sí mismo. Me encuentro entre los hastiados, cierto, pero sobre todo por tener a diario motivos de indignación. Parece mentira que, en cuatro años, lo que parecía un prometedor e inminente cambio social o cuando menos la puerta para que este se produjera, se haya convertido en un reñidero de voces difusas que, a veces, dan la impresión de que han olvidado el motivo por el que abren la boca y están donde están, y parece mentira también que quienes con más empeño colaboran en ese derribo de lo que no acaba de llegar sean los doctos de la vieja revolución, los aburridos, los hastiados, los que están de vuelta de todo y en esa vuelta encuentran fortuna.

(*) Miguel Sánchez-Ostiz es escritor y autor del blog Vivir de buena gana.

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De CUARTO PODER, 15/02/2017

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