Monday, December 26, 2016

Noé...

PAZ MARTÍNEZ

Noé, que ya ha cumplido cuatro años, nos contó que el puma de su habitación, está triste. Estuvo todo el día de ayer viendo por la ventana, llorando por subirse a los árboles del paseo y cuando le trajeron la tarta de queso le susurró, muy despacito y con su zarpa sujetando la cabeza, que preferiría bacalao con patatas porque la tarta no sirve para morder.

Es normal, nos dice, está acostumbrado a su casa islandesa donde no hay árboles que añorar, ni coches, ni asfalto. Que desde su ventana ve la huerta de la bisabuela y la casa del patocerdo del que se ha hecho amigo inseparable. A Pink, el puma, le gusta rebozarse entre las piedras de la playa para que sus garras no se afilen y así no hacerle daño cuando lo acaricia.

Hace un mes, más o menos, también podrían ser 6 días, Pink chocó contra Melgar, el patocerdo, y le rompió una de sus patas. Desde entonces Melgar salta por la hierba porque las piedras son muy duras y le ha creado un problema, porque no puede rascarse el culo como de costumbre. Debemos tener en cuenta que Melgar no tiene pico, ni morro, tiene la boca de barro y no puede lamerse, como lo hace Pink, porque los patocerdos carecen de lengua. Comen lentejas y arroz hervido para beber al tiempo que se alimentan y si, para hacerse su amigo, quieres darle pan con salmón, vomitará dos días enteros y tendrá que venir el médico de patocerdos o el de caballos, que también sirve, a meterle una jeringa por su única oreja.

A estas horas, Pink está algo más tranquilo. Ha dejado de llorar porque Noé le presta su juego de construcción y están haciendo la ciudad de verdad: ni casas, ni coches, sólo piedras enormes con agujeros para esconderse cuando nieva. Ahora sólo necesita garbanzos y hamburguesa y patatas cocidas con mahonesa para ser feliz del todo.
Feliz Navidad.

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Fotografía: Peter Zeglis

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