Thursday, October 13, 2016

la fe mueve montañas

PABLO CEREZAL

A finales del próximo mes de marzo, el Papa Benedicto XVI visitará el estado de Guanajuato, en México. Una más de las paradas de ese Never Ending Tour en que el máximo mandatario católico está inmerso y que, lamentablemente, promete ser más longevo que el que diese comienzo Bob Dylan allá por finales de los '80 del pasado siglo. Supongo que los seguidores de tan magna institución no pueden ni desean evitar las acometidas insoslayables de la fe.

Yo tengo fe en Bob Dylan. Efectivamente, el bardo estadounidense acuñó la expresión Never Ending Tour para una gira que tuvo inicio pero no pretendía tener fin. Dylan, aparte la música y los réditos que esta le proporcionan, parece amar la carretera, la eléctrica sensación de la música en directo, pero ante todo, con el inicio de esa gira sin fin, parece querer apuntalar la voluble base de sus composiciones, y proclamar a los cuatro vientos que cada una de sus canciones admite diversas lecturas: tantas como ocasiones en que se interpreten. Quizás sea esa característica la que convierta a Dylan en un mito y la que permita que cada uno de sus recitales sea un acontecimiento, independientemente de que se repitan de manera puntual: él nunca interpreta una canción de la misma manera que en la anterior ocasión, varía los acordes, las letras incluso, hasta hacerlas irreconocibles, y eso nos agrada, nos gusta porque podríamos, de ser él inmortal, pasar el resto de nuestras vidas asistiendo a sus conciertos, con la certeza de que cada noche experimentaríamos diferentes sensaciones. Finalmente, podemos concluir, Dylan permanece pero su mensaje varía, y a mí, personalmente, se me antoja más deseable una fe basada en la contradicción, la duda y el cambio que otra aferrada con uñas y dientes a dogmas inmutables. Como humano que soy, dudo, ¿qué le vamos a hacer?

Igualmente el Papa de Roma, que, a pesar de los años transcurridos, parece ser siempre el mismo. Pero al contrario: en el caso del máximo mandatario de la Santa Sede, es el personaje el que cambia y el mensaje el que permanece inalterable. Y es eso lo que nos sorprende: la supuesta validez eterna del mensaje vaticano. Hasta tal punto que, en Guanajuato, diversas bandas de narcos han exigido el cese de las hostilidades durante la visita del santo padre. Mientras el Papa recorra tierras mexicanas, estas dejarán de germinar cactus a la sombra ensangrentada de las víctimas del crimen organizado. Habrá paz. Benedicto XVI tartamudeará, nuevamente, su mensaje de concordia, y podrá comprobar que resulta efectivo. ¿Por qué cambiarlo, entonces, cuando es sabido que el público asumirá como suyo dicho mensaje y proclamará la reconciliación y armonía entre los hombres a los cuatro vientos de la intemperie mexicana?

El viejo Dylan no se preocupó en exceso de la satisfacción de su público, más bien de la suya propia, y así creó su inconfundible estilo, basado en la fugacidad de lo distinto. Dylan comprendió que el mensaje era él, y así lo asumió. También la Santa Sede. Hace tiempo asimilaron, sus altos cargos, que el mensaje era la propia figura vetusta de un sonriente anciano pulcra y ricamente vestido que no tiene reparos en agacharse a pie de jet privado para besar el asfalto del aeropuerto en que acaba de aterrizar. Imagino que a los encargados de redactar los discursos papales, seguros del triunfo, les resulta tedioso variar el mensaje. Al fin y al cabo (damos fe) tienen asegurado el éxito: la paz reinará en Guanajuato, antes aún de escuchar la homilía.

Me pregunto por qué el Estado Vaticano, ante tamaño éxito, no se plantea clonar al Sumo Pontífice y colocar una copia en cada uno de los lugares conflictivos de la geografía mundial. No sería preciso el discurso. El mensaje sería él, y la paz dejaría de ser una quimera.  

The answer, my friend, is blowin' in the wind.

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De POSTALES DESDE EL HAFA, 10/02/2012

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