Thursday, September 29, 2016

Voltaire en todas partes

ÁLVARO MATUS

VOLTAIRE perteneció a esa clase de filósofos cuyo propósito fue modificar el mundo; intervenir en él y cambiar el curso de los acontecimientos era más importante que simplemente explicarlo. Por eso su quehacer colinda con el periodismo y la literatura (escribió dramas, poemas y cuentos), pues sabía que la reflexión pura no era suficiente para influir en las instituciones.

La claridad expositiva y su poder para interpelar al lector ayudan a entender parte de su éxito. Robert Darnton, el gran historiador estadounidense, cuenta que Voltaire también comprendió antes que nadie los mecanismos de circulación de las ideas. En su ensayo “¿Qué es la historia del libro?”, narra la lucha de editores y libreros en torno a Cuestiones sobre la Enciclopedia, un proyecto que Voltaire emprendió en 1770 con el objeto de combatir la intolerancia religiosa.

Como estaba prohibido en Francia, el autor firmó contrato con un editor suizo, lo que no lo privó de entregar otras versiones a editores de Holanda y Montpellier que se promovían por tener “adiciones y correcciones”. Más que por dinero, Voltaire autorizaba la venta de ediciones alternativas (o derechamente piratas) para llegar a la mayor cantidad posible de burgueses cultos, un grupo social que apreciaba sobremanera por su carácter práctico, el dominio de ciertos conocimientos y el deseo de ganar dinero. Como dice Fernando Savater en Voltaire contra los fanáticos, un sector que no era mayoría pero que sí era indispensable tener de su lado para cambiar la sociedad.

El respeto por esa casta proviene de una experiencia dolorosa. Así lo cuenta Georg von Wallwitz en Mr. Smith y el paraíso: la invención del bienestar: hasta los 32 años, Voltaire era, como todos los escritores y artistas, un cortesano. Incluso se había cambiado el apellido (Arouet) para no delatar su origen burgués. Sin embargo, un día fue interrogado en público por el caballero de Rohan acerca de su verdadero nombre. “El apellido no importa, lo que importa es su honor”, respondió Voltaire con la ironía que lo caracterizaba.

Ridiculizar a un noble le costó una paliza, unos pocos días de cárcel y, peor aún, la indiferencia absoluta de la aristocracia, que cerró filas con Rohan.
Pobre y desacreditado, Voltaire partió a Inglaterra, donde conoció a Everard Fawkener, el empresario que lo introdujo en la Bolsa de Londres. Allí el francés vio una especie de micromundo de la sociedad civilizada:no importaba la religión ni el origen, sino la intención de mejorar el nivel de vida a partir del interés personal.

Voltaire vio en los negocios una forma de reducir los privilegios de la nobleza y de alcanzar la felicidad en la Tierra, convirtiéndose él mismo en un inversionista de fuste. Nunca más dependió de un señor, y fue esa libertad la que le permitió defender las ideas que, a fin de cuentas, terminarían moldeando la vida humana hasta nuestros días. Incluso la figura del intelectual público, de Russell y Camus hasta Hans Magnus Enzensberger y Zizeck, sería incomprensible sin su vocación por la lucha intelectual.

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De LA TERCERA, 29/09/2016

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