Wednesday, September 14, 2016

La sima

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Hace unos días, en la sima de Legarrea, en el norte de Navarra, los antropólogos de la Sociedad Aranzadi han comenzado a rescatar unos restos humanos, infantiles, que es más que probable sean los de alguno de los hijos de Juana Josefa Goñi, que, embarazada, fue allí arrojada con seis de sus siete hijos en agosto de 1936. Tanto su marido como su hijo mayor estaban en ese momento fuera del pueblo.

Por pura casualidad, ahora mismo vivo en un pueblo cercano al que fue a parar, después de la Guerra Civil, José Martín Sagardía Goñi, el hijo mayor de Juana Josefa, que se libró de la muerte porque estaba fuera del lugar en el momento de cometerse el crimen, aunque no en el frente de combate como se ha dicho. Pero este jirón de la historia no se cuenta, se prefiere el bulo, lo indefinido y lo brumoso, las leyendas –¿El general Sagardía pariente? ¿En qué grado? ¿El general Sagardía investigó? ¿Dónde están los rastros documentales de esa investigación?–, y aquí, en el pueblo, nadie, viejo o joven, sabe de aquel hombre que fue vecino y ya murió, en 2007, y se llevó con él su drama y sus secretos. Ni sabe ni quiere saber. La memoria, ese chirrión. Hay cosas que la memoria prefiere, por higiene, eliminar (Barral).

El motivo por el que aquella mujer y sus seis hijos fueron arrojados a la sima, probablemente vivos, se desconoce. El que se dijera que había habido hurtos en las huertas del pueblo de los que se acusaba a la mujer, que estaba en la miseria, no justifica un crimen pavoroso como ese; la motivación del golpe y de la guerra, tampoco, por mucho que uno de los frentes, el de la frontera de Irún, estuviera todavía vivo, a pocos kilómetros; la furia y la violencia desatadas y alentadas en la retaguardia, esto es, el terrible clima social que se vivía en aquel agosto en Navarra, tal vez, pero no del todo.  ¿Entonces qué?

Hay mundos en los que nadie sabe nada, de nada, nunca, jamás, amén. Me pregunto qué haría yo si fuera testigo de un crimen y tuviera la certeza de sus autores, aunque esta sea una pregunta vana, por retórica. ¿Podría más el espíritu de justicia o el de convivencia y conveniencia? ¿Recurriría a la justicia o me callaría? ¿Me pondría al margen de la ley de la tribu o la acataría? El pirómano sabe que nadie le va a denunciar, el que se cobra la justicia por su mano, lo mismo. Además, siempre hay gitanos o “gente de fuera” a los que echar la culpa de lo que pase, aunque nadie los haya visto. Si lo dices eres un malnacido. ¿El paisaje? Precioso, hasta hace poco era idílico, ahora lo han hecho mítico, carajo, mítico, lo dicen hasta en el Tripadvisor. Hablar de  mandangas, bien, da cámara, calienta la industria turística, de aquí y de mil lugares como este. Escribir de las trastiendas y de lo que de verdad pasa y ha pasado allí donde vives, con sus protagonistas reales, eso con cuidado, eso procurando no meterse en líos, cuyo sinónimo social es ahora mismo el fino “no herir sensibilidades”. No se piensa en el otro, se piensa en uno mismo y en lo que conviene.


Aquí nadie ha visto nada, nunca, ni verá, insisto. Ni cuando pasaban como podían los judíos de 1940 y los aviadores aliados enseguida, hacia un lado; ni cuando lo hicieron los portugueses abusados en los sesenta, ni los etarras de los setenta hacia el otro. Por no hablar del “trabajo de la noche”, esto es, el contrabando. Denunciar está mal visto, hablar de según qué asuntos en público, también. Es una forma de supervivencia y de vida, sin más, que se juzga fácil desde lejos. Hablo de lo vivido.

Hace unos meses, cuando en esa misma sima aparecieron los restos mortales de un muchacho de la zona, desaparecido en olor de multitudes hace unos años, aquí ya se dijo lo que se venía diciendo desde que desapareció: que no se iba a llegar a nada. Idea esta que secunda el fiscal de la Audiencia de Pamplona que ha pedido de manera reiterada el archivo por falta de pruebas de las actuaciones que inculpan al padre del muchacho, al que el juez y la acusación particular señalan con tozudez; padre que cuando salía de declarar del juzgado solo decía que no iban a poder probar nada. Aquí, a ese hombre se le tiene miedo, mucho, de antes incluso de que un nombre similar al suyo hubiese aparecido relacionado, de forma todo lo sesgada que se quiera y sin pruebas claro, con el hampa del exgeneral Rodríguez Galindo en Intxaurrondo, “en el Interviú o así” que se dice… soto voce, claro, con las palabras que se reservan para hablar entre iguales de aquello que conviene y solo de eso, y son boca cerrada ante extraños.

En 21 años que llevo merodeando por la zona he oído hablar de esa sima unas cuantas veces, a gente de mi edad y a gente que por la suya supo de aquel crimen de agosto de 1936 de manera directa o como mucho por testimonio de sus padres y vecinos, y llegado el momento de hablar de la autoría, aquellos ancianos callaban, porque sabían, han sabido desde entonces, quién, cómo y cuándo, todo lo que no consiguió aclarar el juzgado de Pamplona que abrió diligencias penales elevadas a sumario, abierto y cerrado varias veces, y detuvo y encarceló a vecinos del pueblo. Cómo no se va a saber algo así en un lugar que no llegaba a los cien vecinos. Que lo olvidaran o no quisieran saber nada es otra cosa. ¿Qué hizo entonces y qué no hizo la Guardia Civil de la zona, entre ellos el sargento que casualmente había tenido preso justo un mes antes a Pío Baroja en la cárcel de Santesteban?

Para mí, la verdadera sima, la del conjuro de la boca cerrada, la de la omertá, sigue abierta y me plantea la cuestión de si es posible escribir sin servidumbres de aquello que vives y en el lugar en el que lo haces, y su precio. Michel Leiris hablando de la literatura como una tauromaquia, bien, bonito, elegante… eso en París. En lo cotidiano, sin apoyo mediático o social, y viviendo al borde de la sima, es otra cosa y tiene otro precio.

(*) Miguel Sánchez-Ostiz es escritor y autor del blog  Vivir de buena gana.

__

De CUARTO PODER, 14/09/2016

No comments:

Post a Comment