Thursday, September 1, 2016

A brochazos con Neruda

ÁLVARO MATUS

LOS ACÓLITOS de Neruda lo han presentado siempre como un tipo de encanto sublime, curiosidad infatigable y, quizá por lo mismo, experto en un sinfín de materias: la botánica del sur, las grandes gestas de la patria, el canto de las aves, las religiones orientales, la cultura obrera, las comidas del mundo… Solidario, desde luego. Y no se pierde la oportunidad para decir que le encantaba jugar con los niños, no obstante abandonó a su única hija. Este puro hecho ya hace temblar la estantería. O la estatua.

Es innegable que Pablo Neruda no fue tan perfecto como lo pintan. Pero seguro que también está lejos del retrato grueso, caricaturesco incluso, realizado por Pablo Larraín en su película Neruda. Si su intención era lograr un poeta más real, con sus luces y sombras, el fracaso es rotundo. Porque en el filme vemos a un Neruda bueno para el whisky y las mujeres y los banquetes, un tipo medio frívolo e inconsciente, a ratos bobo, que vive las 24 horas del día atrapado en su personaje de escritor.

Por trabajar el antimito, Larraín olvidó por completo que ese mismo hombre que podía distenderse en los burdeles era capaz de alcanzar niveles extraordinarios de misterio y melancolía. Por algo escribió Residencia en la tierra y por algo estaba creando, ese mismo año 1948, en aquellos meses en los que se escondió en al menos 11 domicilios, el Canto General. La escritura de este libro cristaliza una convicción profunda de Neruda y de toda la izquierda, una convicción que al director parece escapársele: la cultura ha sido siempre parte de la lucha.

Igualmente a brochazos se pinta el contexto político en las escenas de los congresistas en el baño o el diálogo entre Neruda y Arturo Alessandri.

En Neruda clandestino, un libro de José Miguel Varas algo condescendiente con el poeta pero muy bien documentado, la conversación con el León es respetuosa y nada tirante, en buena medida porque Alessandri no consideraba a Neruda un traidor, y por lo tanto no vaciló en extenderle el permiso para faltar a las sesiones del Senado. Más adelante, al momento de cruzar la cordillera, el dueño del fundo (José Rodríguez, de derecha) no coloca ninguna objeción con que la fuga sea a través de su propiedad, pues valora a Neruda más allá de las discrepancias políticas. En ese entonces, fines de los 40 y principios de los 50, la sociedad chilena era harto más matizada que lo que muestra la cinta, y el propio Neruda era respetado por todos los bandos.


Tratar a los gigantes de nuestra cultura nunca ha sido fácil. Son figuras todavía cercanas en el tiempo, con fundaciones, familiares y amigos que trabajan en la construcción del mito. La ficción contribuye a socavar esas visiones idealizadas, pero no da patente para caer en las más toscas simplificaciones o, peor aún, para manejar el pasado a su amaño. Qué ganas de haber visto un Neruda en toda su complejidad. Algo así como lo que hizo Andrés Wood en su Violeta se fue a los cielos, donde una vida que es pura genialidad y energía termina desperdigada y rota.

__

De LA TERCERA (Chile), 01/09/2016

No comments:

Post a Comment