Monday, April 25, 2016

Inmigrantes bolivianos mantienen vivo el cinturón verde

Por LA VOZ DEL INTERIOR

Todos los sábados, Miriam Zambrano (39) prepara su puesto en la feria del Camino Real de Colonia Caroya y vende las verduras frescas que ella misma siembra y cosecha, junto a su familia. 
Hace más de 15 años desembarcó desde Tarija (Bolivia) buscando una mejor vida y un buen trabajo. El pionero fue su marido Florentino que consiguió empleo en una quinta de Montecristo.

Un año y medio después fue a buscar a su mujer, quien, a desgano, armó los bolsos y cargó a sus dos hijos rumbo a su nuevo destino.

“El primer año fue bien duro. No me acostumbraba. Yo decía ‘voy a estar 15 días como máximo’... Pero ahora no me quiero ir más de acá”, cuenta Miriam, hoy una próspera productora hortícola del cinturón verde de Córdoba, que alquila siete hectáreas en Caroya.

Miriam es un eslabón, en pequeña escala, de la producción hortícola boliviana del cinturón verde de Córdoba. Se estima que entre el 60 y el 80 por ciento de las verduras livianas (de hoja y otras hortalizas) son sembradas y cosechadas por trabajadores de origen boliviano. Si todos regresaran a su país, unos dos millones de consumidores se quedarían sin verdura en la ciudad de Córdoba.

En la provincia viven 20 mil bolivianos, con su documento argentino, según el Consulado de Bolivia. Se cree que el 35 por ciento de las familias que habitan en la ciudad vive del cinturón verde chico, ubicado en barrios de la periferia. El cinturón se completa con campos en Jesús María, Colonia Caroya, Colonia Tirolesa, Río Primero, Río Segundo, Capilla de los Remedios y Montecristo.

Desde el sudeste boliviano 
Los bolivianos comenzaron a llegar de manera masiva en la década de los 80 a trabajar las tierras que los hijos de italianos y españoles dejaban de explotar y comenzaban a alquilar por cuestiones generacionales, técnicas, productivas o de mercado. La mayoría llegó por sus redes de relaciones familiares desde el departamento de Tarija, en el sudeste de Bolivia, que limita con la Argentina.

“Son itinerantes. Al principio llegan como peones o jornaleros del mismo boliviano, del que ya está en el lugar. Son muy trabajadores. Cuando no les gusta algo, se van: no pelean, no confrontan”, subraya Silvia Criado, ingeniera agrónoma, profesora en la Universidad Católica de Córdoba e investigadora de las trayectorias laborales y migratorias de los bolivianos en Córdoba.

En la época del “uno a uno” (un peso, un dólar) se incrementó el número de trabajadores “golondrina”. “Se movían por todos lados, poco a poco se establecieron, trajeron a su familia, tuvieron hijos argentinos”, cuenta Kurt Wonko, ingeniero agrónomo y excoordinador del Proyecto Cambio Hortícola del Programa de Desarrollo Territorial para el Área Metropolitana de Córdoba (Remeco), entre 2010 y 2014.

Se inician como jornaleros y, luego, van progresando hasta alquilar campos o, incluso, comprarlos. Viven con gran austeridad y ahorran. Wonko asegura que algunos tienen verdulerías y hasta una flota de camiones.

Los costos se incrementan entre 100 por ciento y 500 por ciento desde la quinta hasta la heladera del consumidor.

Estudios de Gabriel Coppi, docente en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, sobre la transformación de la mano de obra del cinturón verde en las últimas décadas revelan que en 1987, el 85 por ciento de los productores hortícolas era nativo o descendiente de europeos y entre el 10 y 15 por ciento, boliviano. En 1992, el 30 por ciento de los trabajadores provenía de Bolivia; y, en 2002, ya era el 50 por ciento.

“Depende de la zona, pero en Córdoba tenemos un 60 por ciento de productores bolivianos, con la particularidad de que todos los peones y ‘medieros’ son de origen boliviano. No existe el peón o empleado argentino. En todo el país, si no hubiera trabajadores de origen boliviano no habría producción de frutas y verduras”, asegura Juan Perlo, presidente de la Asociación Productores Hortícolas de la Provincia de Córdoba (Aproduco).

En el Mercado de Abasto hay 245 productores quinteros inscriptos. Se estima que unos 150 son oriundos de Bolivia. Un dato más: el 60 por ciento de los productores que se capacitaron en los últimos cuatro años es del país vecino.

Víctor Hugo Figueroa (45), un vendedor argentino del Mercado de Abasto, hijo de bolivianos, cree que la mayoría de los horticultores del cinturón verde proviene de Bolivia porque es “un negocio en el que hay que ser perseverante”.

“Se gana poco trabajando mucho. Los ‘gringos’ van dejando, se dedican a otra cosa, a la soja, y los hijos se dedican a estudiar”, asegura.

Por día, ingresan al Mercado de Abasto, unos 80 mil kilos de verdura que se vende a unos dos mil verduleros. Capital produce el 50 por ciento de las hortalizas de hojas y frutas de la provincia.

La vida de un quintero 
Tarijeño de nacimiento, Ademar está en Argentina desde hace 15 años. Trabaja su campo y lleva su producción al Mercado de Abasto, todos los días.

Ademar Meriles (29) es de Tarija. Hace 15 años que llegó a la Argentina, con su hermano. Vivieron un tiempo en Salta y, ya en Córdoba, empezaron como “medieros” en una quinta de camino San Carlos, junto a un ingeniero agrónomo. Hoy, y desde hace un tiempo, arriendan cuatro hectáreas donde cultivan lechuga, chauchas, pepino, berenjena y zapallito, entre otras hortalizas.

Los “medieros” van “a medias” (un 40 por ciento para uno y un 60 por ciento para el otro; o 30 a 70) con los dueños de los campos. Unos ponen la tierra, los insumos y las máquinas mientras que los otros, el trabajo. Las condiciones varían según lo acordado entre las partes. Son socios, aunque los bolivianos suelen estar en condiciones de desventaja, según indican los propios afectados.

Es un trabajo duro, que requiere esfuerzo y dedicación. Producimos, administramos y vendemos”, cuenta Ademar. Los hermanos se levantan temprano, fumigan, riegan, cortan, siembran y cosechan, según la necesidad.

También, cargan entre 100 y 150 bultos por día, que descargan en el Mercado de Abasto, antes de las 12.30. Luego, comercializan hasta que cae la tarde. Lo que no se vende, por lo general, se tira.

“A veces pensamos en volver a Bolivia porque acá está todo caro. Pero ya tenemos amigos acá. Cuesta volver. También tenemos nuestra clientela”, dice.

Los dueños son los otros 
Aunque son actores centrales de la producción en el cinturón verde, muy pocos son propietarios de los campos.

El ciento por ciento de los “medieros” y los jornaleros del cinturón verde son originarios de Bolivia. Pero sólo el 10 por ciento de los bolivianos es dueño de sus tierras. El alquiler de un campo ronda los mil pesos la hectárea, según la zona.

Se calcula que la superficie productiva de hortícola liviana oscila entre 1.500 y dos mil hectáreas en el cinturón verde norte, sur y las quintas atomizadas en distintas áreas. Y que, en promedio, un productor trabaja unas cinco hectáreas.

En los últimos 25 años se redujo drásticamente el territorio de cultivos hortícolas en Córdoba a consecuencia del avance de la frontera urbana, de la siembra de la soja y de la falta de agua para riego. Como consecuencia del achique, y de cuestiones económicas y políticas, también disminuyó la cantidad de productores y la mano de obra boliviana.

Juan Perlo estima que en el cinturón verde, en un radio de 60 kilómetros, trabajan entre dos mil y tres mil personas. El número crece en etapas productivas eventuales, como la cosecha de la fruta. 
Los bolivianos son muy buscados por su capacidad de trabajo y el buen trato. Además, los cordobeses, en general, no quieren trabajar la tierra.

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Revista CHACRA, 04/2016

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