Tuesday, November 3, 2015

Pandilla en Nueva York

José Crespo Arteaga

Iba a titular esta entrada “Profeta en Nueva York”, pero sería de mal gusto evocar a cierto poeta granadino. Más bien, el asunto pinta para un guión scorsesianoen versión comedia surrealista de barrio. He aquí los esbozos o lineamientos generales de una trama peliculera que cualquier estudiante metido a cineasta sabría plasmar mucho mejor. Así que se me perdonará el impertinente intrusismo. A garabatear, entonces.

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La historia arranca con una toma del emperador de las 36 naciones (luciendo chamarra con imagen del Che, imprescindible) contemplando desde la ventanilla de su aeronave modelo príncipe saudita (ya se sabe, con sillones de cuero reclinables, pantallas de televisión, teléfono, cojines y revistas con la imagen de S. E en la tapa) la inmensidad de la ciudad de la Gran Manzana, mientras el FAB-001 da unas vueltas a la espera de la autorización para aterrizar. No olvidar instantáneas de la estatua de la Libertad, del Empire State y de algún puente colgante sobre el Hudson, que todo eso siempre suscita el interés de la audiencia palomitera, nuestro público meta. 

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Ya en el aeropuerto, en un sector apartado a vuelos privados, el emperador procede a bajar la escalinata y agita la manito automáticamente, como acostumbra saludar a sus fans revolucionarios en sus recorridos por el mundo. Luego la cámara salta mostrando a su comité de bienvenida con rostros serios (no hay alfombra roja, ojo, como es rito obligado en suelo plurinacional): la delegación diplomática asentada en la ciudad, el par de ministros que viajó antes como avanzadilla, y la limosina negra que aguarda a pocos metros, o tal vez sustituirla por un puñado de vagonetas con vidrios polarizados tipo FBI. Detrás de S. E. bajan en estricto orden jerárquico la ministra de Comunicación, el viceministro de Turismo y un par más de asuntos varios (es importante que los vices sean imberbes para dar la impresión de juventud y lozanía); luego cierran el cortejo un edecán con charreteras que hace de portamaletines, amén de infaltables miembros de seguridad (muy bien entrenados para pelotear y amarrar calzados) y quizá alguna funcionaria de protocolo.
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Llegada al lujoso hotel tipo Four Seasons, de fachada impecable, con portero negro en la puerta y taxis amarillos pululando por esa avenida céntrica de Manhattan. En este mismo hotel se ha reservado con mucha antelación un salón para la conferencia magistral que dará S.E. a empresarios gringos que han oído hablar de la nueva Bolivia pero se afirma que mueren por tener información de primera mano. Hacer notar que todo el séquito se alojará en el mismo sitio para dar la impresión de responsabilidad y que se ahorra dinero a las arcas del Estado.
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Siguiente escena, una parte de la delegación se alista para dar un paseo por Wall Street y aledaños, el resto se queda a descansar por la largura del viaje. El soberano es el primero en ponerse las pilas y se cambia de atuendo, luciendo su traje exclusivo de fina alpaca y un impecable brillo que resalta su rebelde cabellera negra. El grupo sale a tomar las calles, teniendo mucho cuidado de no imitar la estampa frívola y desenfadada de la presentación de esas alegres comadres de la serie “Sex and the City”. Se recomienda, al contrario,  impregnar a la escena de un aire artístico, inspirándose en la célebre caminata del cuarteto de Liverpool por Abbey Road. (ver fotograma provisional, en el encabezado).
                                                                         
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Basándonos en ese fotograma tentativo podemos hacer una breve caracterización de los principales personajes, de izquierda a derecha más o menos estarían pintados de la siguiente manera: 

Marianela Paco, ministra de Comunicación, icono de la moda sombreril en la corte plurinacional. Por alguna extraña razón siempre luce sombreros varoniles, unas veces de estilo texano y otras de clara herencia española; lo que confiere cierta personalidad enigmática y ambivalente a su personaje. Dueña de un agrio carácter, no tiene mayor problema en tratar descortésmente a sus colegas de la prensa y mostrarse soberbia en todo plató de televisión. Una mujer de modales tan rudos que, a su lado, la anterior ministra del ramo era toda una dama.     

        Jessica Jordan, consulesa en Nueva York, típico ejemplo de que con un par de piernas torneadas se puede llegar bien alto.  Ex miss Bolivia, que en un arranque de genialidad descubrió que era más rentable saltar de las pasarelas de belleza a las arenas movedizas de la política. Gracias a su encanto postuló dos veces a la gobernación de un departamento oriental, ni los mecánicos que tenían sus calendarios votaron por ella. Sin mayor mérito que su tropicalizado acento inglés por su origen anglo-beniano-boliviano, o sea plurinacional; desde hace algún tiempo pasea su boticheliana figura en la meca del capitalismo a costilla nuestra. (Ay, un dolor adánico me recorre el espinazo). 

        Evo Morales, no hace falta presentarlo, basta con resumir que es el alma del grupo. Es impresionante el parecido con la melena de John Lennon y, salvo la barba, el perfil aguileño es calcado entre ambos (ver caricatura adjunta). Para su caracterización se puede tantear a Sacha Baron Cohen (recomendable por su actuación histriónica en “Borat”), aunque no tiene la nariz de loro y le costaría mucho subir unos buenos kilos y además está el inconveniente de que tal vez no sepa patear un balón. Suena ideal Sean Penn, por haber estudiado al personaje en varias jornadas futboleras que compartieron (ver fotograma adjunto), aunque se sospecha que ya no es tan amigo de S. E., así que podía ponerse un tanto reticente y, además, que se sepa no tiene dotes para la comedia. De todas maneras, S.E. es tan único e irrepetible que hallar un intérprete a su altura sería una odisea. 

        Sacha Llorenti, el personaje más gris, insípido y ridículo como él solo. Su trayectoria pasa por haber sido el ultradefensor de Derechos Humanos en tiempos neoliberales y que, paradójicamente, fue el primero en pisotear la humanidad de indígenas amazónicos, al comandar en su condición de ministro de Gobierno la brutal paliza de la policía por oponerse a la construcción de una carretera en medio del parque Tipnis. A raíz de aquello, fue premiado con el exilio dorado, siendo nombrado embajador ante la ONU, donde a menudo lleva propuestas de temática indígena y ecologista, para mayor desfachatez. Aprovecha su condición de burócrata para forjar supuestas amistades, como la de ser amigo de Shakira y de su novio futbolista. Para la encarnación de su personaje, se recomienda algo parecido a una estatua. 

        Completan el casting (personajes secundarios): un gordo de lentes y sonrisita burlona que funge de ministro de Economía (es menester que tenga cara de satisfecho siempre); un petiso con aire arrogante haciendo de ministro de la Presidencia; los viceministros referidos con pinta de yuppies criollos; un mustio empleado de prensa de palacio con su cámara obligatoria; un locutor deportivo profesional (expresamente llevado  para que narre con épica uruguaya los goles que meta el amado líder al equipo de residentes bolivianos en N.Y.); un joven oficial con chaqueta y gorra de gala que vaya siempre detrás de S.E. para que los transeúntes neoyorquinos sepan quién es la estrella; por supuesto, la media docena de seguratas con audífonos en los oídos (son tan puntillosos en su trabajo que se camuflan de futbolistas para seguir protegiendo a S.E.); y quizá un par de extras que hagan de auxiliares de cancillería o protocolo, da igual, con el cometido de que sea nutrida la delegación.  

        Para el tramo final, iba a rellenar el filme con escenas donde se ve  a S. E. brindando su conferencia de prensa ante un montón de empresarios e banqueros yanquis -la supuesta crema y nata de Wall Street-, que habían oído hablar del milagro económico boliviano y de sus resonancias e influencias a escala planetaria, para admiración de las más lúcidas mentes de la Economía. Desafortunadamente me da pereza seguir fabulando sobre las promesas de paraíso que S.E. ofreció a los inversionistas del odiado imperio y no quisiera que la historia se alargara demasiado de tal manera que aburriera hasta las butacas. El público de hoy quiere explosiones, batallas campales o goles de otra galaxia (recomendable que haya secuencias del Messi de Orinoca dejando rivales como pinos de boliche). Además, otros guionistas de medios tan prestigiosos como la BBC y el Financial Times ya se me adelantaron con el resto del periplo de S. E. en territorio enemigo. Para finalizar, este retorcido libreto es puro cuento nomás, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.    
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P.S:   ¡Ah, carajo!, se me estaba olvidando el soundtrack de la película. Otra vez pido clemencia por el mal gusto de sugerir esta banda, hubiese soñado con una versión cumbia, pero no existe todavía. Como alternativa, quizás sea buena idea convocar a la orquesta de las mil zampoñas de La Paz para que saque su versión, que de una vez sirva para algo más que romper récords. 
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De EL PERRO ROJO, blog del autor, 30/10/2015

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