Monday, November 9, 2015

Fantasmas balcánicos


CARLOS ANDIA

Idioma original: inglés
Título original: Balkan Ghosts. A Journey Through History
Año de publicación: 1.993
Valoración: Está bien

No sé si le ocurre a todo el mundo. Normalmente, cuando leo un libro, hay casi siempre un punto –inconcreto y variable- en el que me he formado una idea de lo que tengo entre manos y, a partir de ahí, mi valoración no suele variar mucho de esa impresión inicial. Pero con‘Fantasmas balcánicos’ esta teoría doméstica ha saltado por los aires. Ahora vemos por qué.

Empieza diciendo Kaplan que ‘la historia del siglo XX se inició en los Balcanes, donde las gentes, aisladas por la pobreza y las rivalidades étnicas, se vieron condenadas a odiar’.Prometedora síntesis de lo que se supone que más adelante se irá desgranando.

En efecto, empezamos por examinar varias de las repúblicas de la vieja Federación yugoslava, que hace algunos años se vieron envueltas en situaciones críticas, cuando no en guerras abiertas: Croacia, Serbia, Bosnia y Macedonia. Según los casos el análisis es más o menos pormenorizado o superficial, como ocurre también con Albania, incluida en este grupo por motivos suponemos que didácticos.

El relato está bien ensamblado, con la información en sucesivas capas que van pasando de la anécdota o la vivencia subjetiva a la referencia histórica, y de ahí al análisis político o a la reflexión sobre determinado hito cultural. Todo ello con agilidad, evitando tomar demasiada altura teórica, pero sin dejar tampoco que el rigor se eche a perder ante la imagen impactante o el ritmo periodístico.

Las raíces de las guerras en Yugoslavia son claramente el gancho del libro, y la cuestión se expone de forma sencilla, interesante y eficaz, aunque es cierto que asoman ya algunos tics preocupantes, como cierta fobia anticomunista, o alguna sombra de racismo (sobre la etnia albanesa), pero de momento atina con el objetivo, y le daríamos hasta un ‘muy recomendable’.

Pero pasamos a Rumania, y las cosas empiezan a rolar de forma acelerada hacia terrenos muy diferentes: la inquina de Kaplan hacia el comunismo se desborda por completo y se convierte en odio feroz, obsesivo, excluyente. No sólo eso. Parece que la furia se extiende al país entero, y todo destila oscuridad y animadversión.

Nos pinta el autor un país pobre, feo, supersticioso, poblado por incultos y maleantes, individuos que, como diría Martín-Santos, son ‘tierra apenas removida’. Y parece deducirse que la aborrecida dictadura comunista de Ceaucescu no fue sino la consecuencia necesaria de semejante pobreza espiritual. Flipamos página a página contemplando cómo se puede verter tanto veneno y, lo que aún es peor, hemos perdido el bagaje informativo de que disfrutamos al principio. Pasamos a ‘decepcionante’.

Afortunadamente, Bobby se marcha a Bulgaria, donde recobramos algunas de las sensaciones iniciales: se expone con acierto una síntesis histórica que ayuda a entender la posición del país entre los gigantes turco y ruso, y se nos muestra un pueblo acogedor, maltratado por su posición geoestratégica –por supuesto, también por el comunismo-, pero intenso, auténtico, brillante aleación de las culturas bizantina y eslava. Alivio. Volvemos incluso a ‘recomendable’, intentando olvidar un poco los anteriores horrores.

Y terminamos con Grecia. Como Kaplan conoció a su mujer en Grecia, parece que los cielos se nos abren y la luz vuelve a penetrar de nuevo. Hay una interesante reflexión sobre la peculiar situación de este país, con alma balcánica y oriental, pero que mira siempre –y seduce- a Occidente. Todo va bien hasta que el foco se dirige hacia el antiguo primer ministro socialista Andreas Papandreu, y ahí llega ya el pandemónium. De nuevo enseña el autor su hábito de inquisidor, el látigo ideológico se agita sin disimulo contra las veleidades izquierdosas del personaje, y todo se echa a perder.

Concluimos que Kaplan es un periodista que, como viajero y analista, escribe sobre lugares donde se localizan conflictos o situaciones críticas de distinta índole, y ahí exhibe su instinto y dotes de reportero clásico. Pero, claro, no parece capaz de controlar sus muy furiosos impulsos políticos, y termina arruinando un trabajo que, pese a todo, si tomásemos algunas partes aisladas, no deja de tener su interés.    

Sin embargo, un libro es una totalidad, y en este caso, con su extrema irregularidad, sus limitadas luces y sus enormes sombras, sólo podemos llegar a calificar con ese pálido ‘está bien’.

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De UN LIBRO AL DÍA, 07/11/2015

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