Wednesday, January 14, 2015

SOBRE LA RAZÓN FANTÁSTICA


Antonio Ortega


Alfred Kubin nació en 1877 en Leitmeritz, Bohemia, en el seno de una familia de militares, y murió en Zwickledt, Austria, en 1959, ciudad donde poseía un pequeño castillo en el que residía desde finales de 1906.  Siguiendo la tradición familiar ingresóen la carrera militar, pero su estancia en el ejército fue breve debido a una serie de frecuentes crisis nerviosas, resultado quizás de una dura infancia marcada por la muerte de su madre cuando aún era un niño, hecho que nunca fue capaz de superar,y que le llevó en varias ocasiones a intentar el suicidio. 
Su formación artística se inicia en 1898, cuando instaladoen Munich ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Schmidt-Reutte, y más tarde en la Academia de Bellas Artes, donde encaminó sus intereses creativos hacia el grabado, una técnica que siempre había considerado necesaria, fruto de su admiración por las litografías de Odilon Redon, artista al que conoció y visitó en París en 1905. Kubin fue un reconocido pintor, dibujante e ilustrador, con constantes colaboraciones gráficas a lo largo de más de 60 años, autor de una amplia, insólita y original producción, además de ser cofundador, junto con Kandinsky y Gabrielle Münter, de la Nueva Asociación de Artistas, posteriormente pasando a ser unode los miembros más destacados de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). A pesar de que su obra se desarrolló fundamentalmente como grabador e ilustrador, parte de su celebridad provienede su actividad literaria, y esencialmente porque, junto a múltiples artículos, narraciones y un amplio epistolario, en 1909 escribió una imponente y premonitoria novela expresionista, Die Andere Seite, traducida al español como La otra parte o Al otro lado, y que influyó notablemente en la literatura posterior, sobre todoen los surrealistas, convirtiéndose desde entonces en un clásicode la literatura fantástica universal.

El resultado de su formación y de su trayectoria, indudablemente marcadas por sus vivencias de infancia, tanto en su trabajo plástico como en su faceta literaria, es el desarrollo de un lenguaje personalísimo caracterizado por algunos rasgos esenciales, entre ellos el pesimismo, el desasosiego y la ironía, elementos con los que creó un mundo fantástico y fantasmagórico, onírico y grotesco, pleno de inquietantes escenas que encuentran fundamento en sus dos obsesiones y reflexiones principales: la muerte y el mundo femenino. Gracias a sus obras, y dentro de ellas, disponemos también de sus propios testimonios acerca de su trabajo creador, pues muchos de sus textos están dedicados a relatar su vida, como esta fascinante autobiografía titulada Demonios y fantasmasde la noche, mientras que otros están consagrados a exponer su práctica del dibujo y de la ilustración. Como bien afirma José Miguel G. Cortés en su artículo "Alfred Kubin: sueños de un vidente", incluido en el catálogo del mismo título de la extraordinaria exposición organizada por el IVAM Centro Julio González en 1998, "su obra es un intento de expresar y exorcizar el dolor de su niñez; una dura batalla por dilucidar una identidad personal, al tiempo que un catalizador de las frustraciones más íntimas". De ahí la radicalidad y la destacada complejidad de sus obras artísticas y literarias, capaces de poner a prueba cualquier teoría previa, aportando tanto reflexiones como materiales insobornables con los que un lector atento podrá dar razón del singular universo de este enigmático creador vocacional. Por encima de su posible carácter figurativo y hasta cierto punto tradicional, la obra de Kubin no es ni mucho menos realista. Su objetivo no es plasmar en dibujos o en narraciones una percepción pormenorizada del mundo exterior, ni detallar las escenas o paisajes que se presentan ante los ojos, pues su interés no es hacer copias afortunadas de los trazos objetivos de su entorno, sino relatar, expresar y exponer aquello que le atormenta y le obsesiona, delimitar el universo escurridizo y fantástico de sus sueños y de sus visiones. Su talante no es cartesianamente racional, sino determinado por una impasible voluntad de establecerse y permanecer en los límites de lo incierto, lo confuso e indistinto, en la oscuridad y la penumbra en la que viven lo indefinido e inconsútil, el inconsciente y lo ambiguo, escenarios peligrosos y fascinantes de un territorio continuamente atravesado por lo onírico y lo terrorífico, lo siniestro y lo fantástico, por todo aquello que proviene de la instantánea fugacidad del ser.

Cuando no hay divisiones claras entre el más allá y el más acá, cuando se agudiza la confusión entre lo vivo y lo muerto,es entonces cuando aparece esa inquietante extrañeza que caracteriza toda la obra creativa de Kubin. Así se desvanecen los límites entre la fantasía y la realidad, cuando lo conocido conduce a lo desconocido, sin fronteras ni límites, de tal manera que lo ignoto o ignorado no operan como mundos aparte respecto de lo familiar, sino que acaban constituyendo su perfecto reverso. Así lo entendió Kubin, y así lo dice al concluir las notas de su autobiografía diciendo: "Y en eso consiste, pues, el sentido de ser artista: en cubrir el absurdo de la existencia con el velo de nuestra creación, un fino velo que cubre el abismo de las fuerzas caóticas, que poco significan para nosotros en comparación con el mundo aparente en el que transcurre nuestra verdad, aunque esa verdad sea únicamente una ilusión tan etérea como el transcurso del tiempo". Su universo está construido con una larga lista de figuras y visiones, de alucinaciones, de destrucciones y de muerte, una muerte que adquiere diversas caras: unas veces coexiste con la vida, se antropomorfiza, otras veces es gentil, y otras se muestra cómica, como en ese dibujo de 1938 titulado Muerte sobre patines, donde arropada con todos los aditamentos adecuados, se dedica a patinar en una pista de hielo como un individuo más. Son muchos los dibujos de Kubin donde se muestra la cara más dura y salvaje de la muerte, una muerte que se vuelve sucia y negativa. De la bella muerte se pasa a la muerte sucia. Parece como si esas imágenes o esas ensoñaciones le surgieran de pronto, buscando en ellas su autenticidad, y más allá, el sentido de una vida, esa profundidad que también nos constituye y a la que no desciende la conciencia. Gran parte de las anotaciones de su autobiografía, y de muchos de sus artículos, hacen referencia a la realidad que perfila el marco externo de su obra creativa, una realidad que podría definirse como afortunada, pues muy pronto, a sus 24 o 25 años, tuvo la gracia de gozar del reconocimiento de la crítica y del público, lo que le permitió exponer sus obras con frecuencia, vender sus trabajos y recibir encargos y contratos a lo largo de toda su vida, sin tener que pasar las penalidades, las miserias y fracasos que siempre han envuelto esa falsa imagen romántica del creador y del artista elegido, solitario y genial. Kubin relata estos pormenores con toda sencillez en su autobiografía, una vida envuelta en anécdotas simpáticas, desde sus dificultades para encontrar una casa en alquiler, hasta los beneficios alcanzados gracias a generosos mecenas o a los elogios de la crítica en los periódicos. Con la misma naturalidad da cuenta
de las relaciones personales que le unen a todo un formidable grupo de artistas geniales y señeros, con quienes comparte experiencias, planteamientos y trabajos, un elenco excepcional que reúne nombres tan destacados como El Bosco y Rembrandt, Max Klinger y Van Gogh, Edvard Munch o Paul Klee.

Repetidamente hace referencia a su infancia, al ámbito familiar y cultural en el que vivió, de donde surgieron los espacios y los elementos que contribuyeron a la construcción de su identidad personal. En el caso de Kubin, algunas de esas circunstancias fueron tan extremas, sobre todo una niñez y una adolescencia difíciles y tormentosas, que le llevaron al borde de un suicidio no consumado por pura casualidad, y a fuertes crisis nerviosas y psicológicas en las que llegó a acariciar la locura y la enfermedad mental. Muchos de sus encuentros con esa dama vieja e implacable que es la muerte, no serán sino una reiteración de un conocimiento atroz y prematuro, presenciado en la agonía de su madre, contemplado en el rostro cadavérico de su ser más querido. Esas huellas nunca abandonaron la memoria de Kubin, siendo sus versiones de las danzas de la muerte una exigencia que le venía, en cierto modo, del mismo seno familiar, de lo más íntimo de su biografía. Paralelo al mundo de la muerte, surge otra de sus obsesiones, el mundo femenino. El mundo de sus relaciones con las mujeres determina de manera clara tanto su obra plástica como la literaria. Las mujeres son seres temibles y tentadores, seres demoníacos y amenazantes, son lascivas y crueles, castradoras y extenuantes, llegando a representarlas como brujas, vampiros o alacranes. Sujetos determinantes de esa porción trágica de su existencia. Junto a los datos aportados por su extraordinaria autobiografía, por el relato puntual y anecdótico de su vida, el hallazgo fundamental de Kubin en su constante escudriñar en los rincones laberínticos del alma, quizás radique en su demostrada capacidad para reseñar las dualidades que atraviesan la identidad de nuestra existencia consciente. Su producción está sin duda determinada por esos sueños y visiones, pues el universo onírico es, como bien lo ha definido José Miguel G. Cortés, "más que una simple metáfora, la dimensión más importante de su existencia. El sueño se convierte en sujeto, alegoría, símbolo; se personifica en sus inquietantes figuras y remite al espectador a un estado de melancolía".

Como los relatos de El gabinete de curiosidades, el mundo de Kubin se sitúa entre la vigilia y el sueño, entre el día y la noche, entre el consciente y el inconsciente, entre la voluntad y el instinto. Un mundo de absorbente y perturbadora plasticidad, nacido de nuestra biografía más secreta, de los deseos y pulsiones que también nos constituyen, de los sucesos más secretos y olvidados de nuestra vida. De ahí la soberanía visionaria de su arte
y de su escritura, de su representación de esa "otra parte" angustiante de nuestra realidad. Sus dibujos y sus relatos son una genial antología de la neurosis y la obsesión, un bestiario íntimo, un homenaje de la razón a la locura, un escenario poblado de seres siniestros, mutilados y deformes, personajes fantásticos y terribles, amenazadores, ejemplos certeros de un universo estrictamente interior construido a partir de elementos reconocibles extraídos de la realidad consciente. Tanto en sus relatos como en sus dibujos, y tomando como ejemplo un cuento y un dibujo ambos titulados El intruso, y ambos también construidos con escasos elementos y personajes, Kubin es capaz de crear situaciones y argumentos dramáticos excepcionales, pequeñas obras maestras. Todos, en el fondo, somos o hemos sido intrusos en algún momento. Por eso su obra alcanza un universalismo que incumbe por entero al ser humano, un universalismo alejado de ensimismamientos y de cualquier tipo de piedad liberadora, fruto de una ebriedad que permitirá al lector y al espectador de esta obra prominente del arte y de la literatura fantástica, franquear sin miedo el umbral de lo oscuro. Un umbral donde se funden los elementos plásticos con los literarios, una puerta influyente para unos y punto de referencia inexcusable para otras obras mayores como las de Kafka o Ernst Jünger. Sus libros, gracias a la interrelación entre texto e imágenes, nos ofrecen una de las más logradas experiencias estéticas del expresionismo, además de ser punto de inicio de una revolución contra las formas y gustos convencionales, contra el dominio de la conciencia como arbitro de los procesos creadores y contra todo intento de objetividad. Ahí está, para confirmarlo, esa severa afirmación con la que el propio Kubin ratifica sus esfuerzos: "El hombre no es sino una nada autoconsciente".


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De MALDOROR ediciones.

Reseña aparecida en la revista “EL CRÍTICO” de La Escuela de Letras de Madrid (marzo, 2005)

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