Tuesday, September 16, 2014

Mi amor es para siempre


PABLO CEREZAL

Hiede a lubricante de saldo y nicotina, esta habitación. Aromas que no logran evaporar los tules, gasas, sedas y sábanas que equivocan con su color intenso la oscuridad de la estancia. El colchón, milimétricamente colocado en lo que podría considerarse centro geográfico de este mundo en miniatura, da cuenta de las pretensiones de intimidad con que pretendo que su cuerpo se desvista de ropas y tensiones. A pesar de todo, él agradece tanto colorido. O agradece mi sonrisa, perfecta de tan estudiada, no sé. Quizás sólo se sienta más cómodo gracias a la demediada erección de incienso que, sobre la mesilla de noche, desea ocultar entre sus brazos de humo los persistentes efluvios del desbarajuste carnal.
Después, su ropa, abandonada en un rincón de la estancia, me parecerá un animal herido de muerte, y para evitar la náusea esparciré mi sabiduría de aceites y tactos sobre el rumiar de confusa musculatura en que se entretiene su cuerpo. Está tenso, siempre lo están, por muy seguros de sí mismos que se piensen.
Suavemente navego su espalda, hasta suicidar el oleaje sabio de mis dedos entre sus piernas. Rozar deslizar acariciar presionar. Bien podría ser fregar raspar enjabonar secar, mientras mi mente tararea aquella vieja canción de The Police, Roxanne, y me apetece decirle que me llamo Roxanne, aunque tengo ya mi propio nombre de guerra, como en aquella otra canción de Héroes del Silencio.
Mejor toser que descubrirte jadeando, ¿verdad? Eso es, seguro, lo que piensas mientras simulas aclarar la voz para preguntarme de nuevo por mi nombre. Azul, me llamo Azul, le respondo humedeciéndole el cuello con mi aliento, mientras pienso en la bombilla, la única bombilla que ilumina los trazados escuetos y ramplones de esta habitación en que él y yo hemos recalado para satisfacer cada uno su necesidad más imperiosa. Alguien pintó de un azul desesperado esa bombilla, por dar mejor aspecto a esta estancia que ya no tiene posibilidad de enmendar un futuro que se le viene encima con el pausado paseo de los pies ancianos que aún habitan, cual fantasmas, los pasillos de la pensión.
Se vuelve sumiso. Sólo tengo que transmitir serenidad y seguridad para que él dé media vuelta y quede situado bajo el farol fresco de mis pechos azules. Empequeñece entre mis piernas de batalla perdida, y puedo comprender que desea seguir menguando hasta reptar como una serpiente, hasta resbalar y quedar sepultado en mi vientre. Así que me retrepo al suyo y lo coloreo de humedades ajenas que él llega a pensar que son suyas, o que sólo él consiguió provocarlas en mí. Siempre acaban pensando que me logran excitar, cada uno de ellos. Olvidan que se trata de una farsa. Como mi nombre y el suyo, como el color de la bombilla, como el pasear frente a la dueña de la pensión simulando venir a visitar a una amiga.
Callejear tu ciudad buscando la dirección exacta que te susurré por teléfono, tuviste que preguntarme dos veces, yo no quería elevar la voz, ahora lo entiendes: en la pensión todo es silencio y sopa fría. Doblar una esquina sabiendo que debes volver a doblarla, hasta anular su existencia de encrucijada, antes de entrar a este portal del que, maldita mala suerte, salen numerosos operarios de mudanzas pretendiendo mudar la vida completa de una familia, con sus mesas, sofás, sillas, espejos, maletas, frigoríficos, armarios, cajas sin nombre y lámparas sin luz. Vuelves a la Avenida de América, y piensas en que lo único americano para ti, ahora, en estos momentos, es la hembra que te espera recoleta de perfumes y lúbrica de ropajes, en la segunda planta de este edificio, en la Pensión Cartagena, tan cerca de aquel parque que, tal vez por cercanía con la Avenida, decidieron bautizar Eva Perón, allí donde paseaste amores que pretendías culminar entre los setos mal recortados por los asalariados del Servicio Municipal de Parques y Jardines. Entre aquellos recortes de vegetación desperdiciaste palabras de amor y amores no culminados que esperaban siempre el fin de mes que te permitiese invitarla a una semana de hotel con encanto de esos que proliferaban en la serranía madrileña.
Has comprendido que el amor es engañosa falacia y sólo la carne retiene las verdades íntimas de nuestra existencia: carne, cabello, salvia y saliva. Por eso has sorteado el abigarrado trasiego de los chicos de las mudanzas y has subido hasta la Pensión presentándote como un amigo de la chica del cuarto nº 4. No recordabas mi nombre, pero a la dueña de la pensión tampoco parecía importarle, sólo te ha dicho no hagan ruido hay gente durmiendo aún.
¿Pero tú no venías por el masaje? Y ya soy consciente de que me preguntará de nuevo, aparentando duda o quiebra económica, el precio de los extras, y asomo la sonoridad repentina de un 50€ a la guarida en que vibra mi lengua, la misma en que él quiere esconder la brevedad de su existencia. Ha cambiado de idea y yo he luchado por reprimir mi sonrisa victoriosa relamiéndome mientras le susurro bésame, cariño.
Todo lo que no ocurría en el parque de Eva Perón, todo lo que deseabas pero desbaratabas con el desbarajuste de ansiedades propio de la juventud. Ella decía que te amaba, que por eso era mejor esperar, que deseaba que fuese bonito, y tú te preguntabas qué concepto de la belleza tenía la muy ingrata.
Volvisteis a veros, pasados los años. Quedasteis citados en el parque, y sus problemas maritales parece que la forzaron a ofrecerte todo aquello por lo que habías suspirado durante tantos años, tiempo atrás, vidas antes de haber nacido a la verdadera vida. El mal de amores es común cuando arribas al puerto pirata de la edad madura, allí donde las cifras, el fin de mes, lo cotidiano, las copas sin alma en fin de semana, la cena de sobre y las cartas del banco, enladrillan la fría estancia de los días para proporcionarle ilusión de hogar. Convinisteis en que al menos, al no casaros, habíais acertado de pleno, a pesar de tu insistencia en aquellas fechas. Ahora tienes claro que jamás piensas casarte.
Me dejo hacer. Permito que se atragante de labios y sudores, antes de tumbarme boca arriba para deslumbrarle con el recorrido azul de mi piel abandonada. Un suspiro disfrazado de gemido para que él se sienta más seguro y eyacule lo antes posible, no soporto a los que se masturban antes, a los que no se excitan del todo, pueden hacerlo tan tedioso…
El cigarro de después, creo que la ocasión lo amerita, ha de ser en el parque de Eva Perón. Pasearás las avenidas de papelera y footing del parque, y sonreirás al recordar que me dijiste, cuando ya me vestía y asumías el doloroso hecho de no volver a verme, aquello de me casaría contigo ahora mismo. Yo te respondí: me gustará volver a verte, estás muy bien dotado, cariño. Ya apoltronados en la insinceridad, mejor una mentira piadosa que te haga soñar en un amor para siempre.

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), 16/09/2014. El texto forma parte del libro MADRID-COCHABAMBA (Cartografía del desastre), de Pablo Cerezal y Claudio Ferrufino-Coqueugniot, 2014.

Imagen: Hans Bellmer/La celda de ladrillo

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