Friday, September 19, 2014

En busca del capitán Delirio


Juan Francisco Gentile

Es media mañana de algún día de diciembre de 1976. El Capitán Delirio, un hombre de casi cincuenta años, camina junto a su mujer por las calles de tierra de San Vicente, provincia de Buenos Aires. Cada uno lleva una bolsa en la mano, donde depositan la bosta que los caballos y las mulas dejan a su paso durante su tránsito por el pueblo conurbano. La huerta que con esfuerzo levantaron en la casita de las lagunas, refugio para un repliegue táctico, necesita su abono tanto como el Capitán Delirio -tal su nombre de guerra- necesita pensar en los próximos pasos. Los propios, los de sus compañeros, y los de la Orga, apelativo cotidiano con el que los militantes se referían a Montoneros, la organización de masas que contenía a la gran mayoría de la juventud revolucionaria de la Argentina y de la que Delirio (o Neurus, o Esteban, o Rodolfo Walsh) era oficial de Inteligencia. 
Los últimos años habían sido difíciles para Walsh: entre la creciente cantidad de amigos y compañeros secuestrados por las fuerzas parapoliciales, primero, y por la dictadura, después (como el poeta, colega y amigo Paco Urondo, sobre cuya muerte hay un debate histórico todavía no saldado), el autor de Operación masacre debió enfrentar el amargo trago de la desaparición de su hija Victoria, también militante del peronismo revolucionario. Se sabe que en esos días de 1976 Walsh elaboró, con la disciplina y la meticulosidad del aficionado ajedrecista que fue, una serie de documentos críticos dirigidos a la conducción nacional de Montoneros que fueron conocidos como Los papeles de Walsh. Sin embargo, ¿cuánto se conoce sobre su rol específico como oficial montonero? ¿Cuánto sobre la metodología de trabajo de quien fue responsable de inteligencia de la guerrilla urbana más grande de América Latina? La investigación periodística Rodolfo Walsh, los años montoneros, de Hugo Montero e Ignacio Portella (directores de la revista Sudestada), y la novela El último caso de Rodolfo Walsh, de la docente y escritora Elsa Ducaroff obedecen, a través a estrategias diferentes aunque complementarias, a una necesidad de saber más acerca de aquel Walsh de mediados de los años setenta, sobre el que opera una suerte de velo histórico. 
“Adentrarse en las opciones militantes de Walsh es intentar comprenderlo en su extrema complejidad”, postulan Montero y Portela en la introducción de su trabajo, casi como una declaración de principios metodológicos vectores del libro, a la vez que sostienen que “el rol combatiente de Walsh inquieta, molesta, incomoda”. La perspectiva es sin dudas novedosa. Muchas son las investigaciones que lo abordan desde el alto contenido simbólico que representa su figura para el campo cultural. Motivos no faltan: se trata de uno de los mejores escritores argentinos, quizás el que trabajó más acabadamente con el género policial y la crónica (Operación Masacre vio la luz en 1957, nueve años antes que A sangre fría, de Truman Capote, considerada universalmente la publicación precursora del género non fiction). Es el mismo que realizó una elección netamente militante para su vida madura, el que escribió la Carta abierta a la Junta Militar y que murió disfrazado de jubilado, accionando el gatillo de una pistola calibre veintidós contra sus asesinos. La vieja discusión teórica acerca de los escritores latinoamericanos tensionados entre la palabra y la acción, desde Martí hasta Arlt, del grupo de Boedo a Neruda, vivió como nunca en las polémicas en torno a Walsh desde la vuelta de la democracia hasta la actualidad. Sin embargo, poco se profundizó en su costado más comprometido y militante.
La desaparición de figuras claves, la quema sistemática de documentación por parte de la dictadura, y el fuerte cerrojo informativo que por seguridad las organizaciones guerrilleras construyeron sobre sí mismas durante su pase a la clandestinidad, hacen que no abunden los datos acerca de los últimos años de Walsh. No obstante, los esfuerzos periodísticos y la recolección de testimonios que realizaron Hugo Portella e Ignacio Montero, junto a la construcción histórico-literaria de Ducaroff, aportan elementos que permiten un interesante acercamiento a la faceta que la historia solapó: el Walsh despojado de toda intelectualidad pretenciosa y romanticismo estereotipado, el guerrillero, oficial de inteligencia clandestino, combatiente por un socialismo que nunca llegó. 

El mapa y el viaje
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Rodolfo Walsh, los años montoneros, de Montero y Portela, y El útlimo caso de Rodolfo Walsh, de Ducaroff, se publicaron recientemente y de modo casi simultáneo. El primero, una investigación periodística basada en el aporte de numerosos testimonios de boca de protagonistas de la época, constituye un valorable trabajo capaz de funcionar como hoja de ruta, tanto para transitar los últimos años de vida del autor de ¿Quién mató a Rosendo? como a la hora de leer la novela de Ducaroff.
El último caso de Rodolfo Walsh es un thriller de ritmo creciente en el que un detective, Walsh, aborda una riesgosa investigación con el fin de develar la suerte de su hija Victoria, que murió combatiendo contra la dictadura de Videla. En la novela, Ducaroff entremezcla y capitaliza para su propia trama personajes y situaciones de las ficciones escritas por Walsh. Así, el Coronel Konig, de Esa mujer, es una de las figuras clave de la novela, en esta historia que mantiene siempre presente el clima de época y recrea con efectividad la sensación de peligro constante que vivían los cuadros militantes durante 1976. Docente de literatura argentina, Ducaroff conoce los pormenores de la vida de Walsh en aquellos años y los introduce en su novela sin mayores preámbulos, sino como elementos de la narración.
 En éste sentido, Los años montoneros, de Montero y Portela, aporta un detallado compendio de situaciones, encuentros, discusiones y reflexiones de carácter político que rodearon al escritor y ocuparon su actividad durante los últimos años, los cuales permiten acercarse estrechamente a su figura y sus preocupaciones cotidianas. A través de una prosa histórica ligeramente novelada, ubicada en la tradición del mejor periodismo político argentino y con fuertes ligazones estilísticas con pesos pesados de la categoría como El presidente que no fue, de Miguel Bonasso, Ezeiza, de Horacio Verbitsky, o La voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita, Los años montoneros plantea interrogantes puntuales que van de lo general a lo particular en torno a la militancia montonera de Walsh. Los testimonios de Lilia Guerrero, Patricia Walsh, Verbitsky y Bonasso arriman la bocha a una respuesta acabada, puntualizan su labor política y regalan imágenes memorables, como la de Walsh junto a Juan Gelman y Paco Urondo unidos en un brindis con vino barato en la redacción del diario Noticias; aquella en la que junto a Lilia Guerrero levantan bosta de las calles de San Vicente, o la de un Walsh que, mientras busca con su equipo de radio interceptar las comunicaciones internas de la policía, contempla desde las oficinas vacías del diario las columnas de la jotapé rumbo al encuentro con Perón el primero de mayo de 1974. Estas escenas del “Capitán Delirio” en toda su magnitud potencian la lectura del protagonista de El último caso…, que de esta manera cobra fuerza y adquiere nuevas facetas. A su vez, el Walsh semi ficticio que delinea Ducaroff dota de matices psicológicos al que descubren Montero y Portela.
Ambas lecturas son complementarias. Leer El último caso… de modo simultáneo con Los años montoneros enriquece a ambas publicaciones en una coincidencia producto del celebrable nuevo revisionismo.      
   
Walsh y Urondo

“El traslado de Paco a Mendoza fue un error”, escribió Walsh en una de sus anotaciones personales que Montero y  Portela glosan frecuentemente en las páginas de Rodolfo Walsh: Los años montoneros. El trabajo de los directores de Sudestada abre nuevamente la página sobre el debate en torno al final del poeta Francisco Paco Urondo, sobre el que siempre rondó el fantasma de una reprimenda política por parte de la plana mayor montonera.  
En junio de 1973 Urondo fue desplazado de la conducción del diario Noticias, financiado por Montoneros y de cuya edición eran responsables, además de Paco (quien funcionaba como polea de transmisión entre la conducción nacional de la organización y la redacción), Walsh, Bonasso, Verbitsky y Juan Gelman. En mayo de 1976, luego de dos años de impulsar diversas iniciativas periodísticas dentro del sector de prensa de Montoneros, el poeta fue trasladado a Mendoza con la tarea política de reconstruir la regional de Cuyo. En ese entonces, se trataba del sector débil para la organización. Allí había sufrido con gran fuerza los embates del gobierno de Isabel Perón y López Rega. Sólo un mes bastó para que Paco Urondo, aquel poeta de lo cotidiano que dejó una importante obra enmarcada en la tradición de la mejor poesía argentina de la época, fuera acorralado por la triple A y se dispusiera a tragar la pastilla de cianuro en busca de una muerte más digna que la de la bala paramilitar.
            Walsh y Paco habían trabado una relación de profunda amistad, que iba mucho más allá del compañerismo militante. Al calor de los primeros años setenta, en los que florecía la esperanza y la posibilidad de una revolución, ambos escritores debatieron largamente acerca de su inserción en las estructuras militantes de la época. Los años montoneros capta vívidamente la angustia que sintió Walsh al enterarse de la muerte de Urondo: lo muestra llorando, en la oficina de Policiales de Noticias, por la pérdida de quien le enseñó “a compartir el arma de la crítica con la crítica de las armas”.   

Publicado en el suplemento de Cultura del diario Perfil el 3 de octubre de 2010

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De carnavalizacion.blogspot.com, 03/10/2010

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