Friday, November 8, 2013

SEXO TURISTA/RECUERDOS DE UN GUÍA PROSTIBULARIO


Por Juan Sklar

Recuerdo Uno. Estoy adentro de un Citroën Xsara con tres turistas de Reykjavik, Islandia. Además de ellos y yo, que soy su guía, está el chofer. Damos vueltas vueltas por los lagos de Palermo a la una de la mañana de un martes. Estamos viendo travestis. Los islandeses no pueden creer que exista una plaza que es un supermercado al aire libre de prostitución travestida. Están como locos.
-Esa no puede ser un hombre.
-Lo es.
-Decile que le doy cien pesos si me muestra su pene.
Traduzco. El trava acepta. Le muestra el chorgo. Los islandeses explotan.
Recuerdo Dos. Voy caminando por Callao y Quintana, con una porción de cogollos y una bolsa de merca. Estoy yendo al Hotel Alvear a encontrarme con un turista yanki y su novia brasilera. El porro es cultivado por amigos. La bolsa la tuve que salir a pegar. Se la voy a vender cinco veces más cara de lo que la pagué. Llego hasta el mostrador del Concierge del Alvear.
-Busco al señor M.
-Habitación 301. Subís por el primer ascensor. El Señor M. dejó dicho que si no contesta, que entres igual.
Recuerdo Tres. Suite del Sheraton de Retiro. Un texano, dos putas y yo. Son putas de Hippopotamus, un putero de recoleta. El texano está con su chica en la habitación. Yo estoy con la otra en el baño. Ella está inclinada sobre el bidet con las manos apoyadas sobre los grifos. Yo me la cojo desde atrás, por el orto o por la concha, no lo recuerdo.
Desde dos mil siete y hasta dos mil trece inclusive trabajé como guía turístico para una agencia de alta gama, especializada en cazadores y pescadores. Gringos ricos que vienen y se gastan veinte mil, treinta mil dólares en una semana para pescar trucha en el sur, dorado en Corrientes, o para cazar palomas en Córdoba. Como no hay vuelo directo, pasan unos días en Buenos Aires y se quedan  comiendo carne y chupando Malbec. Yo los saco a pasear.
En Córdoba un cazador puede matar hasta dos mil palomas por día. Está bien. Son plaga.
Recuerdo Cuatro. Black’s, otro putero de Recoleta. Entro. El lugar es muy feo. Todo decorado con dorados y plateados y luces negras. Un corral de minas en tanga desesperadas por irse con un gringo asqueroso que les va a pagar quinientos dólares por cogérselas toda la noche. Yo estoy adentro porque soy el guía de un grupo de rednecks de Virginia. No puedo creer lo que pagan para coger con estos bagartos. Yo me cojo minas más lindas. Mi novia es mucho más linda. Por cada gringo que llevo al putero, me llevo ciento treinta pesos, que es lo que sale la entrada. Es la comisión estándar de la industria.
Recuerdo Cinco. Interior del Citroën Xsara. Un islandés me dice que quiere pagar cien pesos por tocarle las tetas a un travesti. Un polvo en esa época salía ochenta. Al turista no le importa pagar de más, es el dueño de la red de transporte de carga terrestre más grande de Islandia. La crisis bancaria de su país no lo afectó. Tenía toda la guita en Inglaterra y Suiza. Le doy los cien pesos al trava, El islandés le toca las tetas.
-Se sienten muy reales.
-Papito, ¿querés venir a hacerme la cola?
Traduzco. El islandés dice que no.
-Te apuesto doscientos dólares- dice mi turista- a que no te cogés a un travesti.
El chofer pregunta qué pasa. Le cuento.
-¡Asqueroso, no te vas a coger a un travesaño!- dice el chofer y se caga de la risa.  El chofer y yo somos amigos. Fue policía de la Bonaerense y manejó ambulancias. Ahora trabaja solo con agencias de turismo. Abajo del asiento tiene una macana.
Doscientos dólares. En esa época, y ahora también, es el equivalente a mi alquiler más expensas y servicios. Elijo un travesti. Rubio. Platinado. Por ir a un hotel, ochenta. Por hacerlo atrás de un árbol, la mitad. Vamos al árbol. Le toco las tetas al trava y me caliento. Me lo culeo. Todo es puramente genital, rápido, de transacción. Como una paja contra otro cuerpo. En el medio del polvo le toco un poco la pija. Un segundo. Como meter la mano en el fuego. Acabo. Me saco el forro. Está entero. Lo tiro detrás de un árbol.
Mi trabajo como guía incluye hacer city tours, ir a la cancha, ir a comer, ir de shopping, pasear en lancha por el Tigre. Soy un excelente guía turístico. Soy mejor guía turístico que cualquier otra cosa que haya hecho en mi vida. Me pongo en pedo con ellos, los llevo a lugares fuera del beaten track of massive tourism, invento tours bizarros. Una vez llevé a unos ingleses medio zurdos a la Facultad de Filosofía y Letras. Le sacaban fotos a los murales del Che. Flashearon.  Una vez llevé una banda de turistas a la cancha de Boca. Como sobraban entradas, conseguí tres amigas para que vinieran con nosotros. Comimos chori y nos pusimos en pedo todos juntos. Después fuimos a un bar. Hice tours de compras de obras de arte, tours de cerveza, tours de vino, tours en lancha por el Delta. Les hablo de cine, de teatro, de política. Los llevo a tirarse el Tarot. Me paso dos horas explicando qué es el peronismo. Les cuento de la relación entre Sarmiento y Rosas, y por qué cada uno tiene su billete.  Los llevo a la tumba de Evita y después, mientras caminamos por el cementerio, les cuento la historia del secuestro su cadáver. El relato lo termino siempre en el momento exacto en que llegamos a la tumba de Aramburu. Les cuento historias de mi vida, historias de mi familia, historias de Buenos Aires. Soy el Messi del turismo receptivo.
Recuerdo Seis. Vuelvo al Citroën Xsara. Vengo de cogerme al trava. El chofer está como loco. Los islandeses también. Me dan los doscientos dólares. El chofer le da cincuenta pesos al islandés.
-Mario, ¿por qué le das guita al cliente?
-¡Porque sos un mecha corta!- grita Mario y explota de risa. Después me explica. -Le aposté al gringo cincuenta pesos a que tardabas más de diez minutos. ¿Cómo acabaste tan rápido? ¿Te gustó?
Recuerdo Siete. Llevo a unos canadienses a Moon, un boliche swinger en Juncal y Callao. Es una noche de enero y hay poca gente. La dueña, una señora de cincuenta años y con un yeso en el brazo izquierdo, me explica, es noche de gang bang. Sexo grupal. Abajo se toma y se baila. La acción es arriba. Las reglas: no violencia, no drogas, siempre usar preservativos. Respeto. Si estás cogiendo y alguien te apoya una mano, es el signo de que quiere participar. Si se la dejás, luz verde. Si se la sacás, luz roja. Los canadienses no están muy impresionados. Las minas son feas. El lugar está lleno de viejos. Hay travas. Nada es ni remotamente sensual. Le explico a la dueña que nos vamos a ir. La dueña me propone subir y ver el lugar antes de irnos. Traduzco. Subimos todos. Los canadienses no se copan y bajan. Se quieren ir a un prostíbulo. La dueña me toca la pija. Me caliento. Me pregunta si quiero coger. Le digo que sí. Maniobrando con el yeso se inclina sobre un banco. Me pongo un forro, se la meto, acabo. Me despido y prometo volver.
Recuerdo ocho. Años mil novecientos noventa y seis. Tengo trece años. Dos amigos y yo estamos en un privado de la calle Marcelo T. de Alvear, casi Ayacucho. Sacamos el teléfono del rubro cincuenta y nueve. Nos atiende una puta más bien fea, teñida de rubio. Nos canta el precio, aceptamos. Antes de pagar le digo que me quiero cerciorar de que sea una mujer. No entiende. Explico. Quiero que me muestre la concha. Le da risa mi pedido. Me la muestra. Pagamos. La plata me la dio mi papá.
Pasando por turnos, los tres adolescentes cogemos con la puta. Después pasamos los tres juntos. En el medio del polvo grupal, uno de mis amigos se tira un pedo. Estallamos de risa. Al día siguiente, jugando al PC Fútbol en mi casa, nos acordamos del pedo y nos volvemos a reír.
Recuerdo nueve. Vuelvo a mi casa después de cogerme al trava. Entre la propina de los islandeses, la apuesta y los honorarios, me llevé casi quinientos dólares. Ese mismo año, por escribir un guión para un programa de Telefé me pagaron cuatrocientos pesos. Por dar una clase de análisis de films, ochenta. Me tiro en la cama. Hice algo que nadie que conozco haya hecho. Tengo una historia. Me llevé guita. Mi novia nunca va a saber nada. Me duermo feliz.
Recuerdo diez. Estoy en el ascensor del Sheraton de Retiro. Vamos el texano, las dos putas  de Hippopotamus y yo. Una se le cuelga al texano y lo besa en el cuello. Lo otra me toca la pija. Aunque huele a perfume berreta, eso no impide que me exploten los pantalones. Si me sigue tocando, me voy a acabar encima.
TEXANO (en inglés): Las mujeres de tu país son hermosas.
PUTA 1: ¿Qué dijo?
YO: Pregunta si no va a haber una atención para el guía.
PUTA 1: Ay, papito, eso depende de vos.
TEXANO (en inglés): ¿Qué dijo?
YO (en inglés, al gringo): Dice que me puedo sumar, que está todo incluido en el precio que pactamos.
TEXANO (en inglés): Es tu noche de suerte.
PUTA 1: ¿Qué dijo?
YO: Que él paga.
El texano y su chica van a la cama de la suite. Yo me meto en el baño con la otra. Le digo que se ponga de espaldas, sobre el bidet, con las manos apoyadas en los grifos. Me pongo un forro. Se la meto. Por la concha o por el culo, no lo recuerdo.
Las empleadas de la agencia soy muy copadas. Me llaman cuando hay laburo. Me cubren cuando me mando una cagada. Tienen veintipico. Me dicen Juancho. Las empleadas de la agencia saben exactamente qué pasa cada noche con los turistas. Se los adelanto antes de salir y les doy un reporte completo al día siguiente. La hora de guía más auto privado más chofer le sale a los turistas cincuenta dólares. Por cabeza. Trece para el guía, veinticinco para el chofer, el resto para la agencia. Las empleadas de la agencia se refieren a las putas como “las chicas”.
Recuerdo once. Un año después de su primera visita, los turistas islandeses vuelven. Llaman a la agencia y piden por mí. Quieren más. Les doy más. Vamos todos en combi a los lagos de Palermo. Son diez. Yo ya no tengo novia. No tuvo que enterarse de mis andanzas con los travestis para darse cuenta de que yo no era el hombre de su vida. Ahora sale con otro. La separación me pegó peor de lo que esperaba. La combi está llena de islandeses exaltados que quieren ver la plaza de los travestis. Estamos escabiando hace horas. Cantamos canciones que todos sabemos. Una de Queen. Cantamos abrazados, como un equipo de rugbiers borrachos. Quieren que repita la hazaña del año pasado. Quieren que me coja un trava.
La combi se acerca a Palermo. Saco un churro. Me lo fumo con los turistas. Estoy reloco. Juan-cho, Juan-cho, gritan los islandeses. Me pongo más en pedo, fumo más churro y pido, por garcharme a un trava, el doble de guita que el año pasado. Aceptan. Las sustancias hicieron efecto, pero lo que me tiene puesto es la posibilidad de llevarme cuatroscientos dólares. Eso y la camioneta llena de gringos gritando mi nombre con un zarpado y extrañísimo acento. Subimos un trava a la combi. Es petisa, morocha, lindo culo. Me la llevo a la parte de atrás. El trava me quiere besar. No lo dejo. Me pongo un forro y se la meto. La combi llena de islandeses se llena de incomodidad. Ni siquiera me fui atrás de un árbol. Me concentro, hago fuerza y acabo. Cuatroscientos dólares. Al día siguiente me levanto con un agujero en el alma. Llamo a mi exnovia. No atiende.
Recuerdo doce. Año dos mil uno. Sudáfrica. Gira de rugby de la división menores de diecinueve de un club católico irlandés. Cuarenta rugbiers de diecisiete, dieciocho y diecinueve años contratan tres putas sudafricanas para garchárselas uno tras otro. Yo no me sumo, no tengo plata. Los entrenadores amparan el proyecto y le piden a todos que por favor usen forro.  Uno de cada cinco sudafricanos adultos tiene HIV. El setenta por ciento de los infectados son mujeres. Después de coger, el apertura de la camada ochenta y dos sale de la habitación todo sudado. “La maté”. Todos se ríen. “En serio. No sabés cómo gemía”.
Recuerdo trece. Tiempo presente. Uno de los amigos que estuvo conmigo en el privado la noche del pedo, que sigue siendo mi amigo ahora, vuelve a jugar al fúbol en el equipo de un country judío. Me cuenta que después de los entrenamientos van de putas. Todo el equipo. Él no va. Ya no le copan estas cosas.
Recuerdo catorce. Hotel Alvear. Cogollos y merca en el bolsillo. Subo a la habitación 301, la habitación del Señor M. Toco. Está abierto, me avisan desde adentro. Entro. El Señor M. y su novia brasilera están escabiando y mirando un partido de fútbol americano. Me convidan del bourbon que están tomando. Me pagan la merca. Se pegan unos tiritos. No me ofrecen. Mientras él mira el partido, ella le empieza a meter mano. Lo besa. Me iría, pero todavía no me dieron propina. Él saca la verga, ella se la mete en la boca.  Oh yeah, yeah, baby. That’s it, I like it. Oh yeah. Onomatopeyas de sexo en inglés. Yo sigo parado ahí. El Señor M. me explica: Queremos que mires. Y nada más. Acá está tu propina. Pone doscientos dólares sobre la mesa de luz. Si te metés, no cobrás. Se ponen a coger. La brasilera está buena. El Señor M. no está mal. Sobre todo me hace ilusión cogerme a la novia del gringo. ¿La guita o el polvo? ¿La guita o la historia? La guita. Llego a casa y me sacudo la paja del año. The two hundred dollar paja.
Recuerdo quince. El texano, las dos putas y yo salimos de Hippopotamus y nos tomamos un taxi rumbo al Sheraton de Retiro. Llegamos. Cuando entran al hotel, las putas se tienen que registrar. Les piden el DNI y lo escanean. Por seguridad, dice mina de la recepción. A mí no me piden nada. Después del registro, tomamos el ascensor.
TEXANO (en inglés): Las mujeres de tu país son hermosas.
Recuerdo dieciseis. En un taxi con dos gringos de New Orleans. Son republicanos, son conservadores, pero son divertidos. Uno está en crisis con su esposa y hace más de dos años que no coge. El otro, su mejor amigo, lo trajo a la Patagonia a pescar y a Buenos Aires a emborracharse. Se conocen desde el colegio primario. Estamos yendo a Madaho’s, un putero en Vicente López y Azcuénaga. Entramos. Otra vez el corral de minas más feas que mi novia. Exnovia. Voy con los gringos y traduzco precios, ofertas, contraofertas. I’m the official whore translator, tiro y los gringos se cagan de risa. ¿Cuántas veces hice ese chiste?
Las chicas me tocan la pija, me hacen mimos, no saben que yo soy el guía y que no pienso gastar plata en sexo. Además son feas. Igual me caliento.
Los dejo a los gringos franeleando con dos Miss Asunción y me voy al baño. En el camino me cruzo con una morocha hermosa. Buen lomo, linda de cara. Linda piel. Pequitas. Hermosa. Realmente hermosa. Más hermosa que cualquier mujer con la que estuve en mi vida. Me pongo a hablar. Fue al colegio. No se traga las eses, conjuga bien la combinación subjuntivo más condicional. Se llama Sabrina. Le cuento que soy guía y que no tengo plata, que charlar conmigo no la va a llevar a ningún lado. Se ríe, me dice que no importa, que igual ya se iba. Es hermosa. Huele hermoso. La quiero besar.
Le digo que espere y me voy a buscar a los gringos de New Orleans. Los mismos a los que escuché todo el día llorar por sus esposas. Los mismos que me escucharon contar la historia de mi exnovia. Les digo que encontré una mina increíble. They are all increíble, dice uno y le mete la cabeza en las tetas a Miss Asunción. How much? Uno saca la plata. La cuenta adelante mío. Me da casi lo que salen los servicios de Sabrina. El resto lo pongo yo.
Antes de cerrar el precio con Sabrina le digo que quiero besarla, sino no hay trato.
-¿Fumás?- pregunta
-No.
-OK. Con besos.
Salimos. Paro un taxi.
-¿A dónde vamos?- pregunta
-A mí casa- informo
-No, al telo.
El telo frente al cementerio no estaba en los planes y lo tengo que pagar de mi bolsillo. Tengo dos horas. Primero charlamos un poco. Es hermosa. La beso. Le toco la concha. Está un poco mojada. Se la chupo. Se la chuparía toda la noche. Después cogemos. Acabo y me quedo abrazado. La cuchareo. Al rato:
-Me tengo que ir.
-No pasaron las dos horas.
-Pero ya acabaste.
-Dijiste dos horas.
-Dos horas o una participación, así son las reglas.
A mi se me volvió a parar.
-Uno más. Corto.
-Me tengo que ir.
-Dale.
La beso.
-No.
-Haceme una paja.
-Doscientos pesos más.
Se van dos con la cara de Roca. Sabrina me hace una paja.
Vuelvo a mi casa en taxi. Los gringos de New Orleans no me dejaron propina. Supongo que pagarme la puta fue suficiente. Entre la paja y el telo, me gasté casi todo lo que gané. Agarro el teléfono y llamo a mi exnovia. No atiende. Me voy a dormir. Al día siguiente un mail de ella. Largo, pero que se resume en “por favor no me llames más”.
Recuerdo diecisiete. Ocho de noviembre de 1998. Ese día cumplo catorce años. Hago una fiesta en la casa de mis viejos. Ciencuenta pibes de segundo año de secundario tomando cualquier cosa y besándose donde pueden. En los baños, en el lavadero, en el cuarto de servicio. Algunos vomitan. Me llevo una chica al cuarto de servicio. Ella está bastante borracha. Más que yo, que ya patino. Cogemos. Es mi primera vez. La de ella también.
A las nueve de la mañana voy a desayunar con mis amigos. Cuento mi experiencia sexual. Estoy muy orgulloso. Soy el primero que coge con una mujer que no es una prostituta. Me duele el pito.
Ese mismo fin de semana, con la plata de mi cumpleaños que me dio mi viejo, voy de putas con mis amigos. Ya tuve mi primera vez con una mujer posta, ahora puedo ir de putas. Cogemos todos juntos en un privado de Marcelo T. de Alvear y Ayacucho. Uno de mis amigo se tira un pedo en el medio del polvo.
El lunes siguiente llego al colegio, orgulloso por haber garchado. La chica que me cogí es amiga de mi mejor amiga. Mientras cuento la hazaña en el patio del Carlos Pellegrini aparece mi mejor amiga y me desmiente. Su amiga y yo no cogimos.
Yo estoy seguro de haberla metido. Por lo menos seguro de haber acabado adentro de un forro por la frotación de mi pene contra una mujer. No, dice mi amiga, no se la metiste. A los ojos de mis compañeros paso a ser un mentiroso, o un boludo, en el mejor de los casos. Y la historia de mi primera vez pasa de polvo heroico en cuarto de la mucama a polvo con putas feas y amigos que se tiran pedos.
Recuerdo dieciocho. Año dos mil trece. Ya casi no trabajo como guía turístico. Un turista texano, que saqué a pasear hace unos años, vuelve a Buenos Aires. Llama a la agencia y pide por mí. Quiere ir a comer, a tomar algo y después vemos. Está parando en el Sheraton de Retiro. Lo paso a buscar y nos tomamos un taxi. Comemos en Thames 878, nos escabiamos un poco. Le pregunto si quiere ir a otro bar, si quiere ir ver una orquesta de tango (es miércoles y la Fernández Fierro toca en el CAFF), o qué quiere hacer. Quiere ir de putas.
Vamos a Hippopotamus. Es miércoles y no tengo mucha pila. Me acabo de enterar de que mi exnovia se fue a vivir con su nuevo novio y que a fin de año se van de mochileros a recorrer el mundo. Entramos al putero, que tiene una bola de espejos con forma de hipopotamo. Es espantoso. Igual de espantoso que Black’s, que Madaho’s, que Cocodrilo y que todos los otros puteros. Hay olor mezcla de tabaco, perfume y desinfectante. La música de mierda. Los tragos de mierda. Y las putas. El paisaje más triste de la humanidad. No quiero estar ahí. Me quiero ir. Me quiero ir ya. Pero tengo que traducirle al texano para que se pueda ir con una puta al Sheraton. Ni eso pueden hacer solos. El lugar está casi vacío. Por ahí unos brazucas, por allá otros gringos. Hay superpoblación de putas. Eso me da mucha palanca para negociar. Dos chicas se le sientan al lado al texano. No están muy buenas, pero es de lo mejorcito del lugar. La charla de siempre, que traduzco como siempre. Me quiero ir. ¿Por qué acepté esta salida? Porque estoy flojo de guita. Las chicas lo tocan al texano y dicen pavadas. Qué grande que es tu pene. Traduzco. Qué hermosas son ustedes, me encanta su país. Traduzco. Las chicas deben creer que soy cliente, porque me empiezan a tocar la pija a mí también. Mirándola bien, una está bastante buena. Tiene lindas tetas. Está en corpiño, se las toco. Lindas tetas. Duritas. ¿Te gusta?, me pregunta. Se te paró la pija, celebra. Me gustaría que las chicas se besen, dice el texano. Traduzco. Se besan. El texano quiere irse con las dos. Traduzco. Negocio el precio. Se lo saco baratísimo. Pedimos tragos. La que está buena me agarra la mano y se la pone en la concha. ¿Te gusta? La concha está calentita. Se la acaricio. Qué ganas de meterle un dedo.  Qué ganas de metérsela. Qué ganas de que me la chupe. La quiero manosear toda. Lo hago. La pija me explota y el pecho me late en bloque. Ya no estoy cansado. Ya no estoy triste. Ahora reina la calentura.
El texano quiere un taxi para ir al Sheraton. Le digo que ya se lo pido y que si quiere, lo acompaño. Tomamos el taxi. Vamos los cuatro rumbo al Sheraton. ¿Vos vas a participar?, pregunta una de las putas. Si vas a participar, es otro precio. Quiero participar. Claro que sí. Me las quiero coger sin control.  Estoy desesperado. Pero no pienso poner un peso.
Después llegamos al hotel y les piden el DNI. A mí no me piden nada.
Después tomamos el ascensor y hago mula con la traducción. Le digo al texano que las putas me dejaron coger gratis, le digo a las putas que el texano va a pagar.
Después me cojo a una de las putas en el baño de la suite. Ella apoyada con las manos en el grifo del bidet. Ahora me acuerdo. Me la cogí por el culo.
Al día siguiente me levanto con fiebre y dolor de cabeza. Tengo un mensaje de voz en el celular. Es el texano que me dice que las putas le cobraron doscientos dólares extra por el polvo que le eché a una en el baño. Dice que la guita va a salir de mi bolsillo o si no llama a la agencia. Me encuentro con el texano y le pago. De esta salida no saqué un peso. De hecho, perdí plata. Vuelvo a casa y me meto en la cama. Duermo catorce horas seguidas.
Me levanto. Me prometo no hacer más tours. No llevar más gringos de los puteros. No hacer guita con las putas. No coger nunca más con putas. No hacer cualquier cosa por guita. No importa cuánta guita. No hacer nunca más algo que me haga sentir así de mal. No volver a tapar la tristeza con calentura. Prometo.
Hoy es 28 de octubre de dos mil trece. Mañana tengo un tour.

Juan Sklar. Escritor. Docente. Sus cuentos crónicas y viñetas se publicaron en las revistas Orsai, THC y La mujer de mi vida. Dirige El Cuaderno Azul un taller para dejar de poner excusas y largarse a escribir.

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De Revista LA UNICA, 01/11/2013

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