Thursday, September 6, 2012

Toromonas, la Arcadia amenazada


Elina Malamud
Conocí al periodista Pablo Cingolani – definirlo periodista es desconsiderar su condición de historiador, de romántico aventurero, de poeta fecundo, de humanista francotirador, de luchador impertérrito y académico honoris et populorum causa – lo conocí, digo, gracias a Tarano.
... mi querido Tarano... me escribía Cingolani y lo hacía como si recordara a un compinche de la escuela secundaria o a un profesor sabio y cachazudo o, a veces, como si él mismo fuera un viejo chamán que nombrara a un discípulo aventajado. Era que Tarano se había anticipado algunos siglos, como un profeta no creído, para anunciar los cataclismos que intentarían desguasar la selva trescientos años después de su epopeya.

Tarano era un indio encabritado e indómito de la etnia toromona que soliviantó a las naciones selvícolas de lo que hoy es la Amazonía cuando las primeras expediciones españolas se internaron en los bosques húmedos de las tierras bajas ya avanzado el siglo XVI. Era poderoso e inteligente, valiente y gran estratega, independiente en su alma y en su mente y si nadie que lo haya visto escribió una tal descripción como para considerarla válida, me regocijo en inventarla.
Muerto de curiosidad y de celos por mi vinculación con el susodicho Tarano y por que hubiera osado escribir sobre él, Cingolani fatigó los caminos de Internet hasta que logró ponerse en mi camino

Todos somos Toromonas... hoy más que nunca Toromonas... salvemos a los Toromonas son las frases que sembraba Pablo Cingolani en los grupos cibernéticos que yo frecuentaba y en los periódicos digitales que leía preguntándome, en ese entonces, qué eran o quiénes, los Toromonas. Inventemos la República Toromona – proponía – soñando un país de suelo moldeable y caminos líquidos, de dimensiones humanas y leyes consuetudinarias, de alimentos sanos y orinales abstractos donde no existiera la crítica literaria y el arte fuera herramienta de la vida, donde no se conocieran las argucias de la economía del dinero, ni sirenas que cantaran publicidades tramposas, ni la sobre explotación de los recursos naturales; una nación sin botellas de plástico ni desechos radiactivos ni microbios de la gripe.

Los Toromonas son una etnia más de lengua tacana, que quién sabe hace cuántos miles de años habita la Amazonía. Tal vez sea cierto que hayan acogido al Inka que bajaba escapando de las tierras altas, ocupadas por los hombres que mataban con estruendo y también que le hayan guardado sus tesoros en el dorado Paititi, al que inmediatamente transformaron en un espejismo esquivo que todavía hoy atrae a los ambiciosos y a los locos a los pantanos de la desaparición, el misterio, la fama y la muerte. Para la historia fueron una nación profusa, rebelde y guerrera que defendió su territorio y echó con tal bravura al invasor blanco – según lo cuenta Álvarez de Maldonado en su Relación verdadera del discurso y subceso de la jornada y descubrimiento que hize desdel año de 1567 hasta el de 69” -que por trescientos años no se atrevió al volver.

Por trescientos años no se atrevieron a volver, excepción hecha de los misioneros que, unificada España ya sin judíos ni moros ni herejías, se largaron a extender más allá del mar ese, su cometido unificador, para comprimir al nuevo mundo en una sola cultura, una sola lengua, una sola religión, una sola economía para abatir todo tipo de diversidad que desagregara la verdad del Verbo.

Pero la historia de Sudamérica dio uno de sus vuelcos más trágicos cuando, en las últimas décadas del siglo XIX, la incipiente industria automotriz europea y estadounidense abrió su bocaza insaciable de caucho para fabricar neumáticos. La selva amazónica se convirtió en el gran proveedor de la materia prima necesaria y los visionarios emprendedores de Brasil, Bolivia, Perú y Colombia se abalanzaron sobre los árboles y los hombres del bosque húmedo para exprimirlos y desangrarlos tanto a unos como a otros y teñir los barros de sangre, terror, saña y angurria. Pueblos selvícolas enteros fueron eliminados, esclavizados o forzados violentamente a una vida de tormento. Los toromonas ya no pudieron enfrentarse al avance devastador y prefirieron huir, remontarse a las cabeceras lejanas de los ríos o internarse lejos de las costas, allá donde no llegara ningún camino líquido por donde el hombre blanco pudiera navegar para buscarlos. Nunca más se supo de ellos. Cuando la goma amazónica dejó de ser negocio, allá por los años veinte, los caucheros se fueron, pero quedaron los buscadores de oro y los recolectores de castañas, llegaron los madereros en busca de caoba, las petroleras, los narcotraficantes, los botánicos espías de los laboratorios piratas, los mercaderes de germoplasma y también los criadores de ganado y la agricultura extensiva.

¿Qué fue de los toromonas?¿Habrán logrado sobrevivir a la masacre que se está perpetrando en la Amazonía? ¿Seguirán su vida orgullosa y nómade selva adentro, más allá de lo conocido, en las orillas inaccesibles del río Colorado, tierras a las que nadie se atreve y que las comunidades asentadas comentan con temor reverente?

El tema hace que confluyan junto a Cingolani, en Toromonas, la lucha por la defensa de los pueblos indígenas aislados en Bolivia, el libro que saca a la luz profana la peculiar historia de este grupo humano, dos especialistas comprometidos con la selva y la causa indígena. El belga brasileño Vincent Brackelaire es sociólogo, antropólogo, explorador y consultor internacional independiente para la cooperación regional amazónica y con los pueblos indígenas mientras que Alvaro Díez Astete es boliviano, antropólogo, ex responsable de Pueblos Indígenas de la Representación Presidencial para la Asamblea Constituyente que fundó el Estado Plurinacional de Bolivia por la academia y escritor y poeta por la vida. Aunque centrado en Bolivia, lugar de residencia de Pablo Cingolani y Diez Astete, Toromonas…bosqueja la realidad de los últimos pueblos indígenas aislados, los “pueblos ocultos” como se ha dado en llamarlos en Ecuador o los povos isolados de Brasil, “pueblos en aislamiento voluntario y contacto inicial” según se los denomina en Perú o los “silvícolas” en Paraguay. Se trata de comunidades vulnerables – se consideran alrededor de sesenta grupos étnicos – que recorren las selvas de Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Venezuela y que las instituciones gubernamentales de esos países protegen con distintos grados de honestidad humanista, económica, política y cultural.

El libro también está dedicado a rendir homenaje al sertanista Sydney Possuelo, impulsor y ex dirigente, en Brasil, de la FUNAI (Fundación Nacional del Indio), ex director del Departamento de Tribus Desconocidas, promotor del Primer Encuentro Internacional sobre Pueblos Indígenas Aislados de la Amazonía y el Gran Chaco que se realizó en Belem do Pará en noviembre de 2005 y creador e instrumentador de la política que confiere a los indígenas amazónicos el derecho a no tener contacto con los hombres blancos. Todos los “ex” cargos de Possuelo honran su pelea por los derechos de los pueblos en aislamiento en la misma medida que los premios que ha recibido (Bartolomé de las Casas 1997, Héroe del Diálogo de la ONU 2001, Sociedad Geográfica Española 2003) ya que sus alejamientos no se deben a otro motivo que la defensa de las hectáreas de selva agua flora fauna y dignidad que necesitan estos pueblos para su supervivencia. Porque vale reflexionar qué es hoy en día un sertanista, más allá de un activista de la selva, un explorador de los mundos indígenas, un experto en derechos humanos, sino un señor de corazón a la vez tierno y agreste que vive y actúa de acuerdo a su profundo sentido de justicia.

Con ternura, creatividad, necesidad de justicia y proyección planetaria, los cuatro intelectuales implementan una visión profundamente humana de la sociedad que querrían para el planeta que habitamos. Cada uno representa esa rara avis que conjuga el saber académico, la investigación de campo, la sonrisa de incredulidad que burla los resortes burocráticos con el espíritu que busca conocer los conflictos, develar su esencia y llevar adelante acciones solidarias y liberadoras.

Muy al contrario de la intención unívoca de los misioneros católicos, de la hipocresía independentista de las repúblicas criollas y de la aculturación pretendidamente civilizatoria de los evangelizadores modernos, el libro surge del respeto por la diversidad, del apego a un mundo lleno de diferentes y a la convicción de que el conocimiento se genera abrevando en todas las fuentes, de manera que la investigación antropológica, las búsquedas de la geografía histórica, el relato periodístico, la reseña biográfica así como los textos legales conforman una visión multidisciplnaria del mundo toromona que deja planteados interrogantes y misterios, puertas que se abren a problemáticas parecidas que se dan no sólo en los rincones amazónicos y el Gran Chaco, sino también en otros no tan remotos sitios del planeta.

Los Toromonas son una etnia más de lengua tacana, pero Toromonas… los convirtió en el espejo donde se miran el Gran Capital, los graciosos protocolos de Kyoto, que los firma quien se le da la gana, y las burdas patrañas de las convenciones sobre cambio climático, donde se reparten algunos suculentos morlacos que les alcancen a los gobiernos del Sur para rascarse donde les pique un bosque. Los Toromonas, como los Pacahuaras o los Ayoreo, muestran, en la visión del libro, la contracara de nuestra nueva Arcadia de oropeles, posmoderna y neoliberal, es decir, angurrienta e insanamente insatisfecha, falsa y narcisista, deshilachada en desvergüenzas, con los zapatos sucios de uranio, litio, mercurio y riquezas de papel pintado, por la que andamos con toda la moda puesta, enjoyados, pintarrajeados y veloces, metiéndole pata al acelerador, regalando el oro, las maderas preciosas, las castañas, el combustible para la calefacción y el aire acondicionado con que el Imperio sustenta sus sobrehipotecadas casitas de mierda, la goma, el agua, las drogas de buen y mal uso y las extensas praderas previamente peladas de selva que serán rellenadas con soja y protohamburguesas de cuatro patas.

La gallina de los huevos de oro yace espachurrada sobre la mesa de la glotonería neoliberal junto a la tapa de la caja de Pandora que conserva¿ba?, según la tradición, la esperanza arrebujada en el fondo… La modernidad tecnocrática tironeará y tironeará ¿hasta que la caja quede totalmente vacía?
Publicado en RETAZOS DE MUNDO, blog de la autora, 22/11/2009
Foto: Pablo Cingolani

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