Sunday, July 8, 2012

Paranoia en blanco

Hector Concari


Se llama la edad de oro de la ciencia ficción al período comprendido entre 1930 y 1950, dos décadas en las que el nuevo género ganaba su mayoría de edad a punta de historias de viajes espaciales y de alienígenas conquistadores. 

Era la era de los "pulps", revistas editadas con papel barato (de ahí el Pulp Fiction de Tarantino) que influyeron decididamente el policial y la ciencia ficción. Esta última tuvo dos revistas estrella. Amazing Stories salió en 1926 y por ahí pasaron Isaac Asimov, Ursula K. Le Guin y algunos otros. En la acera opuesta y desde 1929 salió su competencia llamada Astounding Stories, una revista que cambiaría de nombre varias veces y que a partir de 1937 tendría por editor a una leyenda: John W. 

Campbell, gurú del género y escritor él mismo en 1938 de un cuento de 54 páginas llamado "Who goes there?"/"¿ Quien anda por allí?" sobre una expedición que descubre una cosa del otro mundo en el polo norte. Trece años más tarde, salió la película, dirigida por el desconocido Christian Nyby y resultó tan buena que la crítica tuvo dificultad en asignarle los méritos al director, desplazándolos, con probable acierto, al productor ejecutivo: el muy consagrado Howard Hawks. La película disponía a un grupo de científicos y aviadores que desentierran un meteorito con un ser de otro planeta. El alienígena tenía dos particularidades: necesitaba de sangre para alimentarse pero además era capaz de metamorfosearse con los seres que lo rodeaban. Más preocupante era la reacción del grupo humano, mientras el científico creía poder entenderse con la cosa del otro mundo, los militares preferían despacharlo. La película quedó en la historia del cine como un modelo de narración breve, hecha con poco dinero y la sabiduría necesaria para escamotearle al espectador la visión total del monstruo, que se manifiesta con sombras y claroscuros. En un plano más revelador, la del 50 no era cualquier década. 1950 no solo fue el año con que oficialmente terminaba la edad de oro de la ciencia ficción (fecha más bien arbitraria). Fue además el año en que un borrachín deplorable, llamado Joe Mc Carthy, pronunció su discurso denunciando la penetración comunista en el Departamento de Estado, avivando la caza de brujas que el comité de Actividades Norteamericanas había comenzado en 1947 en pos de un complot de directores y libretistas para inocular el virus del comunismo a través del cine. Una lista Tascón o Maisanta cualquiera. En todo caso en ese contexto la ciencia ficción dio sus mejores títulos. El género comenzó a llevar al cine la buena fama ganada en la literatura popular y se impuso de la mano de la paranoia en boga con La invasión de los usurpadores de cuerpos La cosa de otro mundo como punta de lanza (habría muchas más todas muy entretenidas y diabólicamente inteligentes a la hora de dirigir los miedos). Porque, en lo que respecta a los dos títulos mencionados, el enemigo de las estrellas era un identikit del enemigo ideológico. Ambos eran extranjeros, ambos perseguían la destrucción y, pesadilla de pesadillas, ambos podían mimetizarse en la piel americana para conseguir sus pérfidos fines. ¡Hasta una serie exclusiva llamada Los invasores tuvieron entre 1967 y 1968! Eventualmente los monstruos se replegaron y las cosas de otro mundo pasaron a ser monolitos enigmáticos como en 2001 Odisea del espacio, cuando no tipos simpáticos y hasta enternecedores como en Encuentros cercanos del tercer tipo E.T. Pero en 1979, Alien, de Ridley Scott, fue un exitazo y dos años después, John Carpenter probó suerte con un film que había oscurecido su niñez: Lacosa de otro mundo. Era un buen remake, bastante tributario del buen presupuesto que garantizaba la fama de un director inquieto y probado como Carpenter, que usaba y abusaba de efectos especiales algo asquerosos, para decir la verdad. Pero tenía un final de zozobra y miedo quieto que le valió buena fama. Treinta años aseguran que una generación no ha visto el cine anterior y ahora vuelve una tercera entrega. No se trata estrictamente de un remake, es más bien una precuela (opuesta a la secuela) ubicada antes de los hechos de la versión de 1981 y que termina exactamente en su enigmático comienzo: un ovejero alemán trotando por el desierto helado. No es una mala película, y a punta de efectos, golpes y mucha pirotecnia visual se pasa un momento agradable, pero, no hay caso, los alienígenas, monstruos, comunistas y otros seres del espacio exterior ya no son lo que eran. Futuro era el de antes. 

Fuente:talcualdigital.com, 12/03/2012
Imagen: Escena de The Thing (John Carpenter, 1982)

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