Wednesday, June 13, 2012

Genealogía del falso nueve



Chema R. Bravo

No, no y no. Nandor Hidegkuti no fue extremo derecho del Honved, como aseguramos por un resbalón en la edición final de #Panenka09. En realidad, Hidegkuti nació al fútbol a finales de los años 40 y comienzos de los 50 como extremo derecho del MTK Budapest. Esa fue su demarcación original. Luego evolucionó, aunque tampoco fue estrictamente pionero en nada.


La historia de su metamorfosis hacia el falso nueve, hacia un cambio posicional que revolucionaría el fútbol, exige, no obstante, su debida contextualización. La modernidad ha devuelto a primera línea del frente al falso nueve. Su implementación de la mano de Guardiola y Messi ha rescatado el viejo adagio de Ángel Cappa: “El futuro del fútbol está en el pasado”. Incluso ya no suena a utopía aquella predicción de Parreira que aventuraba un sistema 4-6-0, basado en el imperio de los centrocampistas.
España, con la ausencia de Villa, también se ha vinculado a ese concepto. Lo que parecía una ensoñación romántica y descabellada se confirmó en el partido contra Italia: Del Bosque dibujó una alineación sin delantero puro, con Cesc de falso nueve permutando con Silva en ese espacio. España, de este modo, importaba otra de las bases del ideario del Barcelona.
Esta recurso vuelve a la actualidad táctica, pero solo es viable en contextos muy exclusivos. Debe asociarse a una idea de fútbol muy concreta, basada en el dominio, el juego de posición, el dinamismo de una nube de centrocampistas, la amplitud y la apertura de espacios y la presencia de un delantero de talento creativo y asociativo… Aunque no es el futbolista capital y son los medios que lo rodean quienes afilan el colmillo del equipo, ese delantero de perfil creativo, el falso nueve, es la viga maestra que sostiene el edificio ofensivo de esas propuestas. Es un señuelo letal: él atrae defensas y los demás matan.
Alemania, ‘hermana’ de estilo de España, tampoco ha descuidado esa figura. Aunque ahora juega Gómez, nadie lo tenía muy claro al comienzo de la Eurocopa. En los últimos cuatro años, Joachim Low ha pulido a Klose como un delantero de complementos. Si observamos la evolución del viejo tanque germano, descubrimos esos comportamientos con tanta esencia de falso nueve. Klose ha abandonado el área para relacionarse más con el juego: se incrusta cerca de Özil, descarga a bandas, participa en los circuitos colectivos, combina y se despliega, abre espacios para la segunda línea y los incisivos flancos de Muller o Podolski… Alemania también ha absorbido muchos de los rasgos de ese estilo fresco y vanguardista que encabezan España y el Barça.
El falso nueve siempre estuvo ligado a la escuela holandesa: el Cruyff de Michels, el Litmanen o el Kluivert de Van Gaal, el Laudrup de Cruyff, el eventual Ronaldinho de Rijkaard… delanteros centros de perfil libre, atrasados, con funciones colectivas, generadores de juego más que de goles…. Pero esa posición, que derivó en otros modelos hacia el mediapunta o el enganche, posee más registros y protagonistas: Bergkamp y el reciente Van Persie en el Arsenal, Zola en el Chelsea, algunas experiencias de Cantoná, Cristiano Ronaldo, Tévez o Rooney en la pizarra de Ferguson, Francesco Totti en la Roma de Spalletti en 2006 y 2007, Alfredo Di Stefano en el Real Madrid omnímodo de las Copas de Europa, o incluso también Tostao en la efímera fábrica de magia del Brasil’70… Todos, más o menos, comparten naturaleza: exquisitez técnica, visión global del juego, inteligencia táctica, capacidad para el desequilibrio, el engaño con y sin balón, y la asociación… Esta figura se ha ido definiendo en un proceso evolutivo cuyo origen cabe ubicarlo, como solución táctica, en la escuela húngara de los años cincuenta. Generalmente, el punto de partida de este linaje es Nandor Hidegkuti. Es cierto que él fue quien otorgó carácter revolucionario a la posición del nueve con la impactante sacudida de los Magiares Mágicos de Hungría a Inglaterra en aquel asalto a Wembley en 1953. Pero ni fue el primer falso nueve ni fue siempre delantero.
Hasta llegar a Hiedegkuti, hubo futbolistas con funciones y conductas similares sobre el campo, pero ninguno de ellos había sido concebido como una parte de una globalidad táctica. Fueron delanteros centro con libertad, muchos metros cuadrados de influencia, movimiento, alejados del área en muchas fases del juego, con cierta frecuencia con la pelota y con facultades creativas. Hablamos de Matthias Sindelar, el fantástico delantero del Wünderteam austriaco de Hugo Meisl en los años 30. También en aquella década, de dos alemanes de origen polaco Ernst Kuzorra y Fritz Szepan, las estrellas del Schalke 04 del Kraisel (Peonza), quienes giraban en el espacio del nueve como si lo hicieran en una rotonda, intercambiándose la posición y abriendo en canal las defensas rivales en esa trampa circular. O Konstantin Beskov, delantero soviético del Dynamo Moscú ingeniado por Boris Arkadiev en los años 40. Y Fredy Bickel, el punta móvil de la selección suiza en las Copas del Mundo de 1938 y 1950… Y Adolfo Pedernera, el genial atacante de La Máquina de River, que se atrasaba a cargar la jugada junto a Moreno mientras la artillería la tomaba Labruna. Y Gunnar Nordhal, delantero sueco del Milan del Grenoli, goleador y productor de juego que solía desempeñarse así especialmente cuando participaba en los partidos de la selección mundial de la FIFA. Todos ellos fueron a su manera falsos nueve, delanteros diferentes a los sugeridos por los paradigmas tácticos aceptados entre 1925 y 1950: la WM inglesa, el Método de Pozzo o el sistema piramidal. Aunque fue en este último esquema, una de las marcas de la escuela danubiana, donde prosperaron casi todos esos delanteros excepcionales. Sus equipos, salvo Nordhal en el Milan y Beskov en el Dynamo Moscú, portaban el código genético de fútbol del Danubio.
Pero la revolución del falso nueve como auténtica aplicación táctica resultó de un giro en la pizarra estudiado, ideado y planificado por Marton Bukovi. Fue él quien articuló todo un sistema de juego en torno a esa rompedora figura. Bukovi entrenó al MTK Budapest entre finales de los años 40 y principios de los 50. También se integraba en la vasta red nacional de colaboradores y asesores bajo mando del seleccionador Gustav Sebes, a la vez viceministro de deportes en el estado comunista húngaro. Bukovi había perdido a su corpulento y estático delantero centro, Norbert Hofling, traspasado al Lazio, y comenzó a formularse preguntas y respuestas. Estudió las virtudes de su medio volante, Peter Palotas. La radiografía dio como resultado un futbolista dinámico, inteligente, con fuerza creativa, buen pase, disparo lejano… Bukovi decidió: no sustituiría a Hofling con ningún delantero semejante. En su plaza, puso a Palotas, retrasó un poco su posición y adelantó la de los dos interiores ofensivos unos metros. Bukovi recicló así a Palotas con la idea de aumentar la fluidez con un atacante móvil, algo atrasado y con responsabilidades en la creación. En ese reordenamiento táctico, dibujó un inédito 3-1-2-4 flexible que anticipó el 4-2-4 brasileño. A Peter Palotas, Bukovi le dio la camiseta del 9. Había nacido el falso nueve como verdadera herramienta táctica y en su más amplio sentido terminológico.
Palotas se asentó como innovador delantero del MTK y también de la emergente Hungría de Puskas, Czibor, Kocsis, Zakaryas, Lorant o Grosics. La nacionalización del fútbol había llevado a Sebes a absorber todo el talento del país con los clubes de la capital, Budapest. El Honved, como gran equipo del ejército, se reforzó así con los mejores futbolistas húngaros. El plan de Sebes era claro. Los internacionales entrenarían unos días con sus clubes y otros, con la selección. Esa centralización permitió a la selección húngara trabajar, ensayar y ajustar automatismos. Tácticamente, se estaba gestando una obra de arte. Ese sistema nacional de fútbol se apoyaba además en un cuerpo de adjuntos formado por los mejores entrenadores del país, casi todos surgidos o con pasado en el MTK Budapest. El mando supremo siempre era Gustav Sebes.
Una tarde de septiembre de 1952, aquella incipiente máquina de ganar de los Magiares Mágicos, perdía 2-0 en el descanso de un partido contra Suiza. Gustav Sebes retiró a Palotas y decidió poner en su lugar a Hidegkuti. Hidegkuti hasta entonces apenas había ejercido de delantero. Muy versátil, jugaba en el MTK de Palotas y Bukovi como extremo o interior, y destacaba por su habilidad para la circulación de la pelota, su visión panorámica y una excelente concepción del juego de toque corto. Esas virtudes fueron esenciales en la transformación, un cambio que fue el paso decisivo para armar los Magiares Mágicos y agitar el fútbol. En ese partido ante Suiza, Hidegkuti irrumpió como falso nueve y, gracias a sus capacidades, inteligencia, pase, fuerza llegadora e intuición, le dio carácter revolucionario a la posición.
Hungría remontó ante Suiza y forjó su leyenda y su palmarés: ganó los Juegos Olímpicos de 1952 (aún con Palotas de nueve), se le escurrió contra pronóstico la Copa del Mundo de 1954 e impuso su tiranía. Entre 1950 y 1956, solo perdió la final de Berna ante Alemania en el Mundial 54. Un partido de 48, con 210 goles marcados. La mítica goleada en Wembley tuvo en Hidegkuti, ya amo de la posición, el factor decisivo. Acostumbrados los defensores ingleses a marcar según el dorsal, cayeron en la trampa. Uno de los marcadores, Harry Johston, siguió al 9, a Hidegkuti, a todos los lados, fragmentándose tantos espacios libres que los delanteros del Aranycsapat reventaron a Inglaterra (3-6). Tampoco Billly Wright, el mejor defensor de la época, adelantado ese día unos metros, pudo hacer nada. “Fue una tragedia, todo impotencia. No podía hacer nada para alterar eso”, aseguró Johston. Esta rompedora aparición, el juego de Hungría, establecería la cabeza de puente hacia el Fútbol Total, hacia Míchels y el resto de la estirpe del falso nueve.
Publicado en Panenka #09, 11/06/2012
Foto: Nandor Hidegkuti

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