Tuesday, March 6, 2012

Le coq en fer(mo)


Ilya Fortún/Bajo la sombra del olivo

Voy a hacerle un favor al señor Claudio Ferrufino escribiendo sobre él y sobre su absurda reacción en contra de este periódico. No es que me importe mucho lo que haya escrito o lo que haya dejado de escribir, y la verdad es que al señor nunca lo había leído y no lo conozco ni en pelea de perros, pero me referiré al lío que ha armado, porque de allí han salido acusaciones de censura y de violación al derecho a la información, asunto que yo no comparto. Leo en su blog, denominado Le coq en fer:

“Si se elige la opción de Mugabe a la de Mandela, de Zimbabwe y no de Sudáfrica, estaremos condenándonos a un baño de sangre que nos tirará al foso de la historia. Ni siquiera será Bosnia, sino Ruanda, Sudán, Costa de Marfil, Sierra Leona, aunque a veces, en las noches de insomnio, sin solución concreta, me pongo malévolamente a pensar que quizá un millón de muertos tendría el hálito de una resurrección”.

Primero que nada, creo que el lío tiene su origen en un exceso de cortesía y transparencia del director de Página Siete con el aludido, al mandarle una nota en la que le indicaba las razones por la cuales no publicarían más sus notas. El señor Ferrufino no era columnista del periódico y, por lo tanto, no había nada que explicarle. Si sus artículos ya no se consideraban apropiados ni aceptables, no había más que dejar de publicarlos. Cientos de personas mandan cosas todos los días a los periódicos sin garantía de publicación y sin necesidad de respuestas ni explicaciones.

“Se dejó pasar la oportunidad (de dar fin con el gobierno de Evo), allí cuando La Paz recibió a los marchistas y los jerarcas se orinaban a puertas cerradas, sin ánimo siquiera de mirar al pueblo que tal vez entonces habría ejercido la brutal justicia de las masas”.

Yo soy un columnista provocador, medio liso y a veces hasta bocón; siempre he escrito lo que se me ha dado la gana y el periódico nunca me ha dicho absolutamente nada; es decir, me consta que no hay tal censura ni cosa parecida. El único problema que tuve en diez años como columnista fue en mi anterior periódico, cuando escribí una columna muy crítica con el periodismo, el director me llamó furibundo para increparme en tono amenazante y cuando le contesté que la editora de opinión la había leído y le había parecido muy buena y valiente, me contesto que le valía un pepino lo que pensaba su editora. Igual la publicaron.

“(') con reminiscencias de los imberbes caudillos aymaras de quienes es muy difícil, a simple vista, encontrar el género por falta de vello y de contornos diferenciales”.

Pero escribir libremente no quiere decir que no existen límites. Los límites se los impone uno mismo; llámenle a eso autocensura o lo que les dé la gana, pero uno responde nomás finalmente a su propia escala de valores internos. También hay otros límites que los marca la ley, cuya transgresión puede costarle caro al medio.

“Jamás se superaron los límites de la idiosincrasia de pueblo. Sus caciques, de abarca y poncho, o pantalón y aretes, no dejan de ser pedigüeños que no miran más allá de la jeta, rastreros, corruptos, ladrones, malandrines, marxistas de tres por cuatro, medios hombres, payasos, bufones, eterna corte de milagros”.

No importa si escribes bonito; si te has convertido en un racista, en un golpista, en un homofóbico, en un tipo que desprecia los valores populares de este país, o, peor aún, en todas estas cosas a la vez; aunque las hayas escrito en tu blog o en otro medio, no deberías escribir en este periódico. “Y si hay sangre, que corra sangre”.

Publicado en Página Siete (La Paz), 29/02/2012

Imagen: Miembro del Klan

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